Por: Moisés Panduro Coral

Si uno toma las cifras de la economía regional de Loreto de 1991, en cuanto a volúmenes de exportación de bienes y al involucramiento de la población en edad de trabajar en las principales actividades económicas, así como los indicadores sociales de hace 25 años, encuentra que con esas cifras y considerando los parámetros que se utilizan actualmente para determinar el índice de competitividad regional, Loreto podría estar cómodamente ubicado en un séptimo lugar a nivel nacional, por encima de varias regiones. Al año 2015, como todos sabemos, Loreto está cerrando la tabla con el puesto 24, el último de los últimos tras 40 años de recibir miles de millones de canon petrolero, ciclo que terminó definitivamente en diciembre de 2014.

Hay varios factores que explican nuestro subdesarrollo regional. Se ha escrito y debatido ya bastante sobre ellos: la corrupción sangrona del dinero público, la baja calidad del gasto que han ejecutado nuestras entidades, las inversiones millonarias en estudios estériles o en obras que no sirven, el marco tributario que no promueve la transformación industrial, la carencia de una actitud competitiva, etc. Sin embargo, ya sea por cobardía o por conveniencia, no queremos citar otros factores, como por ejemplo, el papel de la prensa, de los medios y de quienes concesionan espacios en radio y televisión.

La función primigenia de la prensa en una sociedad democrática es mantenerla informada, lo que implica hurgar en las diversas fuentes, escuchar las diferentes voces y proveer a la ciudadanía de un abanico de perspectivas, sobre el cual cada uno de los ciudadanos pueda construir su propia interpretación de los hechos, su enfoque de un acto, propuesta, situación o contexto determinado, lo que conllevará a que tome decisiones fundado en su propia conciencia. Esto no quiere decir que un hombre que se dedique al periodismo no debe o no puede tener su propia opinión, por el contrario, en una sociedad democrática, es necesario que lo tenga para saber qué piensa.

Mal que nos pese, esta pulcritud conceptual acerca del periodismo no se ha trasladado a la realidad.  En las “Leyendas y Tradiciones de Loreto” del escritor y tradicionista loretano Jenaro Herrera, en las narraciones que describen el enfrentamiento entre los grupos “La Cueva” y la “Liga Loretana”, en los relatos de la época del caucho que rememoran chantajes periodìsticos recibidos por empresarios caucheros, y hasta en el personaje apodado “El Sinchi” de la novela “Pantaleón y las Visitadoras” de Vargas Llosa, encontramos varias referencias que dan cuenta de que el periodismo ha sido muchas veces el más vil y no el más noble de los oficios.

En nuestro tiempo, la situación ha llegado a límites intolerables. Son contados los que guardan observancia de esa señalada función primigenia de la prensa. La gran mayoría la ha desvirtuado de cabo a rabo. No se busca edificar intereses comunes, se busca destruir a quienes lo intentan; no se preocupan de recoger varias voces, ellos se autoproclaman la voz de todos; no hurgan en las fuentes para construir una aproximación a la verdad, ellos se revelan como la verdad absoluta; no se buscan diferentes perspectivas sobre un hecho, se presume y se da por descontado que ese hecho es tal como su postura, su imaginación o su deseo les dicta. Lo peor de todo -salvo, reitero, las excepciones del caso- es que su voz, sus fuentes, su pluma, sus perspectivas ni siquiera son propias, sino las de quienes les contratan y las de los intereses que representan o defienden.

Soy un convencido de que el factor medular para esta “putización” del periodismo ha sido el uso deliberado de recursos del Estado con fines de imagen institucional en los últimos 25 años. Es la facilidad de ganar el dinero público la que ha ha envilecido a la prensa, pues siendo el Estado el principal financiador, el otorgamiento de un contrato publicitario está sujeto a condiciones poco claras, sin concurso de proveedores, sin indicadores costo/ beneficio, sin resultados concretos, utilizando a terceros y tiñendo los gastos corrientes de corrupción, subdesarrollo y atraso. Ergo, no son sólo los políticos, los politiqueros y los gobiernos los culpables de ese puesto 24 de Loreto. Nuestra poco creíble prensa también lo es.