Había una fotografía que mostraba una pila inmensa de zapatos casi al entrar a la sala. Sin poner cara a los propietarios o propietarias de esos calzados. Pero había un zapato rojo en una urna de vidrio ¿por qué este zapato? Era un zapato anónimo ¿a quién pudo pertenecer? Al sólo mirarlo te agolpan las preguntas sin respuestas. Era de una joven mujer o de una señora, ¿de dónde venía?, ¿venía de compras, de ver al novio, al marido, del trabajo? Me atenazan más preguntas ¿Era uno de sus zapatos preferidos? ¿Acaso la dueña del zapato paseaba con sus hijos? Uno ante esa huella se queda como el narrador de “Dora Bruder”, quiere reconstruir la historia que hay detrás de esa prenda, magistral novela de Patrick Modiano detrás de la protagonista del mismo nombre, esta mujer judía murió en uno de los campos de exterminio. Esa misma sensación la tuve cierta vez en el Ampiyacu cuando unos dirigentes comunales me mostraron un trozo de hormigón que pertenecía a la época del caucho. Casi como un efecto reflejo saltaron todas o casi todas las preguntas. En plena selva un trozo de cemento, era como una herida abierta. Y en efecto lo es. El caucho es todavía una herida abierta en la manigua, que no cierra. Que todavía hay dolor al recordarlo y que no hemos trabajado lo suficiente para superarlo. Ese zapato rojo es uno de los muchos objetos que se puede ver en la exposición “Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos” que se expone por estos días en Madrid. El zapato pertenece a una de las víctimas de la barbarie nazi. Sí, la muestra es un trozo del horror de esos campos de exterminio ha sido traído para que lo podamos ver y preguntarnos lo que podemos hacer como humanos. O lo que estamos haciendo como humanos frente a la dignidad de las personas en muchas partes del mundo. Uno sale zarandeado de emociones. De contradicciones. Me miro los zapatos y los quiero poseer más que nunca.

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