Luego de estar en la exposición sobre Auschwitz casi tres horas mirando mapas, fotografías, vídeos, muestras de utensilios de las víctimas del horror nazi me preguntaba a mí como persona del palustre cómo me ha sacudido esta exposición ¿puedo dejarla pasar sin más? En una de sus novelas J. M. Coetzee a través de Elizabeth Costello, para muchos su alter ego, decía que es muy difícil describir la violencia que se vivió en grado superlativo, me hacía ese mismo cuestionamiento ¿se puede vivir para contar lo que pasó en ese centro de la barbarie? Muchos lo hicieron como Primo Levi, escritor italiano, y finalmente no pudo aguantar este mundo que terminó yéndose al otro. Después de pasar esta muestra ¿podemos los que no hemos vivido esa brutal situación seguir pensando lo mismo? Hay una frase escrita en una de las paredes de la exposición que decía que cuando escuchas a un testigo te conviertes en un testigo, son unas palabras perturbadoras. Luego verla ¿podré seguir siendo el mismo? Me preguntaba que la floresta también tiene sus propios Porrajmos (fragmentación) como lo fue el caucho. Es uno de los puntos de quiebre de este lado del monte. Es una herida que supura, que no está cicatrizada. Ese período es esplendor para muchos y para otros es sangre, es desvalijar la memoria. De acuerdo con la bibliografía escrita y consultada cuando los caucheros y sus colaboradores atacaban las aldeas indígenas mataban a los abuelos y abuelas, querían borrar la memoria, que no se recuerde nada. La actitud del Estado peruano ha sido esa que se olvide. Esa misma actitud propia de los victimarios, infelizmente, tenemos así a muchos pobladores del marjal, queremos borrarla sin más. Sin dialogar sobre lo que sucedió en perspectiva histórica y presente. Pero en el ámbito nacional también pasó lo mismo. Tras la violencia terrorista y del Estado peruano (caso el caso de madre Mía, Accomarca para citar un par de ejemplos)  en los años ochenta la ciudadanía ha sido poco reflexiva y empática con lo que sucedió. El debate se polariza sin sentido y toma derroteros cada vez más autoritarios. Es otra herida abierta que no sabemos cerrar. Mientras tanto el dolor de la herida seguirá abierta en Auschwitz, el Putumayo, Montevideo, los andes colombianos, Libia, en Kigali, Maputo, Buenos Aires…

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