La perplejidad me gana en estos tiempos líquidos. Todavía conservo en la retina el juramento de una congresista amazónica, mientras era investida, se desgañitaba por la puesta en libertad del líder de su partido en la cárcel por delitos de lesa humanidad. Me quedé molesto conmigo mismo. Me reprochaba sobre el déficit de la cultura política de mi país del que también formo parte aunque sea desde lejos. Con el añadido, que era una madre de la patria casi desconocida en los jardines de la política. Pero me faltaba ver mucho más. La misma congresista, hace unos días, apoyaba la marcha “con mis hijos te metas” contra la llamada, por ellos, la ideología de género – ignorando todo el desarrollo histórico, social y filosófico que hay detrás.  Otro colega congresista del mismo partido apoyaba a un cuestionado periodista que incitó con un discurso del odio a quienes pensaban diferente a él. Bueno, pensé espero que esos congresistas sean coherentes con lo que dicen, les favorece la duda razonable. Pero los hechos ponen a las personas en su sitio. Hace poco en el congreso de la República se votaba por la conformación de una comisión que investigaría los abusos sexuales perpetrados con jóvenes de una organización, vinculada a la iglesia católica, llamada Sodalicio. Y resulta que la congresista y el congresista de marras, más otra congresista amazónica del mismo partido, votaron en contra de la constitución de esa comisión de investigación. Con su votación estas congresistas (me refiero a las dos congresistas mujeres y al varón del mismo partido por la región Loreto) negaban a la dignidad humana que había sido mancillada por los integrantes de esa secta. Para poner el ungurahui al pastel, el defensor del pueblo cuya competencia es defender los derechos fundamentales hizo una declaraciones desenfocadas sobre sus funciones ¿alguien podrá salvarnos de tanto desatino?

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