[ESCRIBE. Jaime Vásquez Valcárcel].

Estoy convencido que el mundo sería mejor si todos leyéramos más poesía. En prosa o verso. Como sea. Desde Vallejo hasta Reyes. Desde Del Valle Inclán hasta Benedetti. Desde Cardenal hasta Lequerica. Desde Martos hasta Valcárcel. Desde Blanca Varela hasta Ana Varela.

No sé en qué momento y en qué lugar pero en alguna de esas conversaciones poéticas, utópicas y majaderas que he sostenido con Percy Vílchez Vela se nos habrá ocurrido la idea de llenar de poesía las paredes de Iquitos. De poesía y de poetas. Sean amazónicos o no. Total, la poesía es universal. Hasta que llegó el sábado en la mañana y pude leer a Anita Varela y Carlos Reyes en las paredes de Iquitos, gracias al diseño de Julio Guerrero y la entusiasta colaboración de la señora Angelita Boullosa, quien inmediatamente nuestra común amiga Marina Correa le solicitó la pared, no dudó en entregarnos ese espacio callejero donde hoy se puede ver la figura de quienes en diferentes años ganaron el premio COPÉ de Poesía, el de más prestigio en el país.

Al leer a Varela y Reyes en esas paredes he sentido una profunda emoción. Por la poesía, por ella, por él, por la vida de ambos. Aún al escribir éstas líneas al viento me emociono como un niño. Y me envuelve la nostalgia por la ausencia y lejanía de Anita –quien radica en Estados Unidos hace varios años y me temo que ya no volverá a vivir en estas tierras amazónicas- y también me envuelve la nostalgia por Carlos Reyes Ramírez, quien radica en Iquitos pero no se dedica a la poesía como quisiera porque en este país de “pobres gentes” hay que renunciar un poco a la vocación porque los trabajos que paran la olla nos llevan a renunciar paulatinamente a ello.

Ya he publicado en esta columna un poema de Reyes. Hoy les entrego el poema Iquitos que se editará en una próxima publicación de Anita y que se puede leer en la tercera cuadra de la calle Fitzcarraldo.

IQUITOS

Un tumulto de orillas intensamente ocupadas O una isla pluvial rodeada de expectativas.
No puedo definirte. Frontera perenne y memoria de azulejos.
Siempre al borde de una fiebre y un Dorado que promete.
Por ejemplo, en las fotos antiguas, apenas te reconozco.
Prefiero los dibujos de tus nubes antes de llover.
Y tu garúa que cae sobre los techos y me pone a dormir.
Iquitos, tu política extractiva me lleva a pensar en el Perú.
Y nunca tuviste carreteras hacia la costa o los Andes.
A ti se llega por río o volando sobre bosques inundables.
Eres la voz de mi infancia borrosa en una casa inexistente.
Navego en el Itaya, río de la muerte, y extraño tu silencio.

El mundo sería mejor si todos los días al despertarnos leeríamos poemas como el aquí transcrito y quizás tendríamos a Anita y Carlos entre nosotros, dedicados a inundar las calles de la poesía que con tanta calidad escriben.

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