Pesadillas de un aventurero

Por Miguel DONAYRE PINEDO

Mi padre y la aventura son como hermanos. Se parecen y mucho. Nació al lado de las aguas negras del Nanay, se enorgullece de ser un lobo fluvial. Su infancia la pasó entre juegos y trabajos, el contexto se imponía. Oí por primos y tíos la historia del “Ochocumbas”, así le decían a su barco. Contaba sus aventuras de río cuando éramos pequeños, nos fascinaba. Nos mantenía en vilo. Claro, para nosotros era él nuestro héroe. Recuerdo que cuando era niño venía a la cama a contarnos cuentos, escuché las historias de Hércules en mil versiones, pedía que me contara la historia de ese fortachón, él se esmeraba en cambiar de texto y que no se repitiera. Amén de los cuentos de fútbol y de su equipo el Astoria [hoy anda lesionado de los meniscos], que lucían camisetas rosadas, muy atrevidas para su tiempo. En las mudanzas que tuvimos en la infancia recuerdo unos chimpunes que nos acompañaban, él decía que quería pasar el testigo a uno de sus hijos. No pudimos cogerlo porque nuestros pies crecieron más rápidos y los zapatos quedaron pequeños – además que a nivel deportivo éramos muy apocados. Confieso que soy desarraigado todo lo contrario a mi padre, él tiene una querencia infinita a su tierra – en eso mi hermano y hermana se parecen a él. Siempre piensa en su región [ejerce de amazónico las 24 horas del día, cuestión que me abrumaría] y los posibles planes y proyectos, está pensando en la floresta por más lejos que esté de ella. Por eso se entristeció mucho en los días que estuvo en Iquitos y palpó lo mal que anda la ciudad y la región. Pareciera que no hubiera autoridad y el desgano gana a la ciudadanía. Sin mencionar al mar sonoro y perpetuo que acompaña la ciudad. No se vislumbra un mejor futuro sino todo lo contrario. Es sin duda una de las peores de las noticias para un arraigado como mi padre ver que la urbe y la región caminan hacia el abismo.