Pero siempre en el hogar se repitió la frase del abuelo Carlos: “Para perro basta yo en la casa, no quiero más animales”. Y, claro, había perros con neuronas bien alborotadas y espermatozoides enajenados que volaban por los aires.

He dejado de ir a misa los domingos –como lo hacía desde que la abuela Natividad me despertaba a las cinco de la mañana para llegar antes que el cura empiece el sermón porque ella tenía claro que se puede llegar con retraso pero nunca después del comentario libérrimo de las Sagradas Escrituras- pero se me ha hecho inevitable leer las columnas de uno de los mejores cronistas contemporáneos peruanos, es decir Beto Ortiz. Sí, más allá de los puntos inigualables y por eso envidiables que hace Beto con las confesiones más lúdicas que marcarán la agenda de la semana, están sus exquisitas crónicas que son el mejor desayuno periodístico que el cuerpo y la mente necesitan.

Con la lentitud de la conexión a internet leer a Ortiz se convierte en un perfecto martirio. Un ejercicio dominical para la paciencia. Y cuando uno se da por vencido no tiene otro remedio que esperar la llegada de la edición impresa y saborear lo escrito. Ayer, como casi todos los domingos, fue no solo desayuno sino almuerzo y cena. Algo así como el sistema todo incluido que triunfa en los hoteles del sistema consumismo que no sabe de ideologías, menos de capitalismo o socialismo. “Se puede tener un solo gran can así como solo se puede tener un gran amor en esta vida”, ha escrito Beto y todos los amantes del mundo sabemos que entre perro y perro o, para mejor decir, entre perrada y perrada, solo se ama una vez en la vida. Sea en la adolescencia o en la frontera imperceptible de la tercera edad solo se ama una vez en la vida. Quien esté libre de este axioma que tire la primera piedra. Ahhhh, ya ven. No hay piedras en el aire pero sí amores en el aire o en el infinito.

Y entre perro y perro, en total cinco fue lo que crió hasta el momento, Beto afirma: “Que cuatro amantes juntos no hacen un amor. Que los que vienen después siempre serán “los otros” porque, por más que te esfuerces, nunca es igual, nada es lo que era”. Cómo les quedó le ojo a los infieles del mundo. Unios. La cantidad no hace la calidad, como dirían. ¿Se parece la relación que tienen las personas con sus perros a las que tienen con sus semejantes? Creo que no. Hay miles de perros que son los mejores amigos, según cuentan personas como Beto que sin ser miopes han necesitado de un lazarillo de cuatro patas que, para variar, nunca los traicionaron y menos los delataron.

Yo no he tenido ningún perro en casa. Pero siempre en el hogar se repitió la frase del abuelo Carlos: “Para perro basta yo en la casa, no quiero más animales”. Y, claro, había perros con neuronas bien alborotadas y espermatozoides enajenados que volaban por los aires. Aunque, es mejor decir, violaban todas las reglas de la física y la estética. Nunca he tenido un perro que me ladre pero sí he pateado imaginariamente a cuando can se aparecía ante mi cuerpo solo por el placer de sentir que se patea. Los perros siempre merecerán crónicas sentidas. El de Beto fue uno de ellas. Con el añadido que lo hizo el mejor cronista de nuestros tiempos.