Por Filiberto Cueva

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Durante mi adolescencia, recuerdo haber leído uno que otro texto del militar inglés Baden Powell, quien se hizo conocido por fundar el Movimiento Boy Scouts y que en cuyos textos siempre repetía que hay que andar por la vida “Siempre Listo” para cada una de las situaciones que te pudieran ocurrir.

Por supuesto no es posible saber qué te puede ocurrir de aquí a los próximos 05 minutos. Pero si cuanto menos es posible suponer qué puede ocurrir tomando como base el presente. Es decir, que si tienes problemas para respirar – como en mi caso – lo justo es andar siempre un inhalador en el bolsillo y, que si tienes alergias – como también es mi caso – llevar pastillas de cloroalergan o derivados de la misma familia en el otro bolsillo.

Pero como suelen ser muchas las pastillas que cargo, los bolsillos me han quedado insuficientes. Hace poco he comprado un neceser de tamaño estándar para con la excusa de meter en él solo lo esencial, he terminado por crear una microfarmacia. En la que no solo caben el inhalador y los antihistamínicos, sino que también, hay espacio para antigripales, algodón, alcohol, agua oxigenada entre otros.

Lo contradictorio es que cada vez que salgo de casa, pocas son las veces que termino usando mi (enorme) botiquín de primeros auxilios. Pero ahí, lo sigo portando, cargando al hombre, dentro de la maleta o mochila. Que si no es para mí, termina siendo para otros.

Por cosas de la vida, en un hostel de la bella Lisboa compartí dormitorio con un polaco y un francés. El primero había sido guía de turismo por casi 15 años en su natal Cracovia y el segundo, miembro del ejército francés. Ambos hoy, con más de 50 años aproximadamente.

El polaco estaba resfriado. Luego de entrar en confianza me dijo que la farmacia más cercana estaba a 2 kilómetros y si yo podría ir a buscar antigripales para él.  Por supuesto le dije, pero no tengo que caminar 2 kilómetros. En mi mochila tengo más de lo que puedas necesitar.

Saqué el neceser. Le mostré y traduje al inglés cada uno de los medicamentos que tenía. El pobre hombre, que estaba por demás resfriado, recuperó el aliento de inmediato. Me dijo: con todo esto que tienes, podría curar este resfriado en un día. Pero también podría morir por sobredosis de medicamentos.

Por su parte, el francés tenía dolor en las piernas luego de haber subido y bajados decenas de callecitas en el Barrio Alto de Lisboa. Uno de los barrios más visitados de la ciudad. Que en cuanto notó que el polaco y yo estábamos hablando de medicamentos y comparando el uno con el otro, se acercó a contarme de sus dolores y qué tenía yo para medicarlo.

Todo esto me transporta a que cuando niño quise ser médico y terminé por ser periodista. Lo de ser médico, seguro es porque de niños todos queremos ser o médicos o bomberos. El caso era que hoy estaba más cerca de ser un curandero que un médico, enfermero o farmacéutico. Mi neceser lo tenía casi todo, y no a 2 kilómetros, sino a escasos metros. Es más, me atrevo a decir que tenía más medicamentos que el botiquín del hostel. De hecho, tenía hasta vitamina b. Con lo cual, luego de aliviado el resfriado, podría medicar vitaminas al polaco “para que sonría”.