COLUMNA: PIEDRA DE SOL

                                                                                         

   Por: Gerald  Rodríguez. N

 

“Tu ciudad es muy linda, concentra la pureza del aire y la biodiversidad que en otros lugares ya  están extinguiéndose”, me cita una amiga de España que estuvo hace unos días por esta bella ciudad que llamamos Iquitos, pero que a mi regreso hace un par de meses, me pregunté: ¿ cómo es posible que vivamos en una ciudad dónde el descuido patrimonial es una filosofía de vida, que la informalidad y el poco interés por la seguridad, por la limpieza no se tome en cuenta por la autoridad que contrata el servicio? ¿Que la tranquilidad del vecino no le importe al vecino de alado que por el festejo de una parrillada eleve el volumen de su sonido bailable hasta el cielo? ¿Qué ciudad es esta donde las autoridades no han comprendido que esta ciudad se perfila como un punto turístico y que son pocos los turistas que se llevan una buena imagen de la ciudad, como si hubieran paseado ciegos?

Iquitos es una ciudad de sueño, de paraíso; admirable para muchos, aislada y de segunda clase para otros, pero algo que si no deja de esconder es su descuido, la inoperancia de quienes la administran, y la pesadilla de sus ciudadanos que ya se han acostumbrados a vivir en dicho desagrado como si estuvieran ciegos. Ya nadie dice nada y todos participan de ellos, de la incultura, de la mala educación que daña a la ciudad. La informalidad no es un tema que concierne a nuestra isla, es un problema nacional. La criollada, el facilismo y el vacilón muchas veces perjudican al vecino, eso no importa al citadino, pues la inseguridad es parte de su vida, la bulla en la casa del vecino que festeja es parte de su vida; las calles sucias, las tapas de desagües robadas, el ordenamiento vial alterado, la calles inundadas por  alcantarillados mal hechos ya es parte de la vida en la ciudad y nadie lo ve porque nadie lo dice.

Pero lo que no se puede creer que detrás del paraíso esté este infierno, que detrás de la ciudad que gurda una de las siete maravillas del mundo esté un poblado que la contamina, que la denigra, la humilla. Parece que como ciudad no solo nos falta educación ciudadana, turística, ya que el visitante viene a buscar tranquilidad, como el que vive a lado nuestro,  y el bullicioso atina a prenderle el volumen y estresar más. Que decir de la poca voluntad de las autoridades para juntarse y visionar un plan estratégico turístico para que así de esta manera poder progresar como ciudad. Pero esperar ese plan del gobernador  y de los cuatro alcaldes situados en la ciudad es como pedir piedras al olmo. Un serenazgo que no patrulla y vela por la tranquila de los vecinos, una autoridad que no se preocupa por la seguridad de las calles y una población que siente que esta ciudad no le pertenece, que solo existe en sus sueños y que no le interesa  cuidar, que la roba por no ser suya, que la descuida por ser de otros, que la convierte en una pesadilla para el que viene de afuera en busca de aquel paraíso. Dejemos que nuestra existencia en nuestra ciudad sea de ciegos, con una voz ciega, con un espíritu ciego.