Para que otra vez no te quejes

 Por:Moisés Panduro Coral

Una avalancha de detractores con causa justa tienen nuestros congresistas. Los hay para todos los gustos, desde aquellos que se lamentan amargamente por haberles otorgado su confianza a través del voto preferencial, pasando por quienes cuestionan al electorado por no saber discernir para elegir con buen criterio, hasta los que protestan contra el sistema electoral que hace posible que nuestra representación en el primer poder del Estado sea intelectualmente tan anémica, productivamente tan menesterosa e institucionalmente tan precaria que en lugar de contribuir al fortalecimiento y a la credibilidad de la democracia, lo que hacen –salvo excepciones- es dinamitarlo por dentro, socavar sus cimientos y convertirlo en un apéndice sin funciones conocidas, un envoltorio vistoso y descartable con el que se cubre la baja estofa de sus adentros, una ramada de encuentro de un montón de haraganes y bandoleros que nos sacan la lengua socarrona e impunemente.

Tres de los cuatro congresistas por Loreto figuraron hace poco en un ranking publicado por un diario nacional dentro de los anónimos parlamentarios que cobran mes a mes una golosa remuneración pagada por todos los peruanos, sólo por firmar mociones de saludo a un personaje o a una jurisdicción en su aniversario, o simplemente por levantar la mano en las votaciones para hacer mayorías insufribles, como ocurrió durante la repartija. El humor popular cree que si el cuarto de ellos no hubiera sido elegido presidente del Congreso estaríamos hablando, en este momento, no de los cuatro fantásticos, sino de los cuatro incógnitos, de los cuatro tapados que en nombre de la región más vasta del país ocupan unos escaños ganados con publicidad atiborrada de circo, demagogia y monedas, pero de producción, nada de nada.

No es para menos. Una revisión de los periódicos y de los vídeos de archivo de la última elección general puede refrescar la memoria de los electores. Un candidato al Congreso recorre los mercados acompañado de su portátil de trabajadores rentados del gobierno regional y anuncia que en cuanto sea elegido se ocupará de arreglar el problema de los centros de abastos. Alguien informado sabe que el tipo éste o está engañando abusivamente a la gente o está más perdido que Adán en el día de la madre, pues la función de administrar, implementar, construir o mejorar un mercado corresponde a la autoridad edilicia y no a un parlamentario, sin embargo no hace nada por desmentirlo contribuyendo con ello a que la gente vote por cualquier lerdo, aunque después lloriquee su mala decisión.

Ocurre lo mismo en toda elección. ¿No vio usted acaso como se construyen puentes gigantescos en ríos amazónicos o se asfaltan kilómetros de calles arenosas en un dos por tres con la magia de la edición virtual?. ¿No apareció miles de veces en su pantalla de televisión un tren recorriendo la selva en 3D tal si fuera una anaconda deslizándose en medio de la espesa vegetación y una voz en off diciéndole que el dichoso tren viene con  fuerza? ¿No se emocionó cuando le dijeron que ya se encuentran aquí los inversionistas que van a sembrar caña de azúcar para elaborar biocombustible que abaratará el costo del transporte y de la energía eléctrica? ¿O no le salió sus lágrimas cuando le prometieron construir un hipermercado de 40 hectáreas en Belén? ¿Y qué me dice de los ofrecimientos de pavimentar todas las vías transversales en la carretera Iquitos- Nauta en un santiamén?.

Todo eso forma parte de la demagogia reciente, pero aún no aprendemos la lección. Hemos seguido votando por los mismos, y no me queda duda que, si por lo menos no expresamos nuestra indignación ante tamañas sartas de mentiras electorales, el pueblo seguirá votando sin pensar dos veces por quienes hacen juerga con sus expectativas y reivindicaciones, celebran jarana con sus angustias y tristezas, y santifican fandangos burlándose de la buena fe del elector. ¿Cómo hacer para detener esta miasma politiquera que amenaza con inviabilizar todo proyecto de desarrollo regional o de tonificación de la democracia?.

Si bien José Martí dijo que allí donde el sufragio es ley, la revolución está en el sufragio, se vuelve cada vez más urgente e imperioso hacer comprender que ese sufragio ha sido y está siendo escarnecido hasta el hartazgo por la politiquería. Si, en efecto, la revolución está en el sufragio, hay que enseñar al pueblo a hacer uso del derecho a sufragio. Ya lo señaló Domingo Sarmiento: si el pueblo es el soberano, entonces hay que educar al soberano, porque es el pueblo el que con su voto instala congresistas que después nos llenan de vergüenza; es el pueblo el que con su balota en mano selecciona a quien será su alcalde o su presidente regional ineptos; es el pueblo el que con su decisión opta por una lista de consejeros regionales o de regidores municipales que no moverán un dedo por el bien común sino por su provecho particular.

Educar al soberano para que haga uso de la revolución que supone el sufragio, significa que primero esté al corriente del contraste entre un político y un politiquero. Los políticos se sostienen en principios y valores que orientan su comportamiento, su actuación en la escena política y sus propuestas responden a ideales interiorizados, así como a reglas de lealtad, respeto y tolerancia; por lo general son austeros y realizan campañas electorales franciscanas, el fin no justifica los medios. Los politiqueros son negociantes de candidaturas y de puestos en las listas, hacen mucha plata con sus transacciones electorales; no tienen ningún escrúpulo para cambiar de camiseta ni para vender su cuerpo, su alma y el presupuesto de la entidad que pretenden gobernar o seguir gobernando; para éstos el fin justifica los medios.

Por aquí podemos empezar. Podríamos seguir estableciendo más diferencias, por ejemplo, entre gobernantes y estadistas; entre administradores y conductores; entre sabihondos y pensadores; entre truchos y auténticos; entre demagogos y realistas, entre billeteros y líderes. Usted puede contribuir a depurar unos de otros. Hágalo, para que no le vuelvan a engañar, para que la próxima vez no se queje de la forma como emitió su voto.