Padres crucificados

La crucificación no es, entre nosotros, un hecho religioso del pasado, una forma de suicidio más espectacular que un simple ahorcamiento o un montaje para recordar el sacrificio de Cristo. Es una manera extremada de protestar, de decir basta. El Gólgota de esa modalidad de tortura se debería dar en estos días en Yurimaguas. No el encadenamiento que no es muy eficaz que digamos. Los que se crucifican,  sin clavos en los maderos, sin  ladrones a sus costados, sin judíos y sin romanos,  tienen más jale. Y son padres de familia. Padres como cualquier otro. Padres de a lado y cerca de nosotros. Padres hasta arriba y hasta abajo. El motivo del encadenamiento  es que quieren que los maestros levanten la huelga  para que sus hijos comiencen sus clases de este año.

Los padres encadenados  en la llamada Perla del Huallaga no son  un gratuito espectáculo de sufrimiento y de aullidos. Son una muestra palpable, una prueba irrefutable de que en términos educativos las cosas van de mal en peor. O lo  peor de todo es que todo está  mal en ese sector tan fundamental para el progreso de cualquier colectivo de hombres y mujeres. La noticia pasa desapercibida. O se convierte en algo curioso. Una cosa más del anecdotario provinciano. Pero es algo terrible.  Es absurdo que una sociedad permita que tranquilos y pacíficos padres de familia se  encadenen para que sus hijos estudien.

Mas absurdo sería que se crucifiquen, pero más eficaz.  Es correcto pensar que cualquier de nosotros se crucificaría por muchos  motivos. Ni vuelta que darle. Por los abusos de los orientales, por la basura de cada día, por esto y lo otro. Pero es recomendable que busquemos otra manera de decir basta. Pero si no puede más con tantas cosas malas, subdesarrolladas y bananeras o plataneras, entonces que proceda a la imitación del martirio del hijo del Señor de los cielos.