En estos días del otoño de lluvias y cambio de color en las hojas de los árboles de verdes se tornan amarillas o anaranjadas, mi interés por otear los diarios está bajo mínimos. En mi covacha de a Ihla do Olmo suelo leer un libro de ensayos o una novela y poco me apetece leer los diarios. Me ha cundido el desencanto. El desaliento. La prensa actual ya no informa. Te señala la calle y dirección por donde debes ir. Es más, si se posiciona sobre un tema quiere que tú también estés con ellos, con esa prensa que en las noticias y columnistas, vomita todos sus prejuicios más tóxicos. Sí, contamina. En buena cuenta te quita la capacidad de pensar, de reflexión. De buscar distancia. Te quieren decapitar. Así que, por sanidad, he optado de leer poca prensa, y aquella que es muy venenosa, simplemente, ni la leo. Paso de ella, no es pasotismo sino desinterés, desencanto. Me llena de abulia y mis niveles de indignación se incrementan ante cada noticia boba. En mis ratos de paréntesis del día miro las noticias breves por el FB – que a ratos se me hace indigerible, me producen hastío. Son las mismas noticias en diferentes idiomas, se repiten hasta el cansancio ¿no hay más noticias solo estas simplonas? A simple vista pareciera que el mundo ancho y ajeno no aparece en esta cartografía. Hay muchos y muchas noticias y personas en el territorio del olvido. Y las noticias casi siempre son ñoñas. El niño que arengó a sus compañeros de un equipo de fútbol, de la chica de la farándula que se puso un biquini de infarto o no, del jugador de fútbol y palurdo que es un nacionalista comprometido, de una radio que tiene ojeriza a un jugador y todos los días reparten palos contra él, entre otros muchos. En resumidas cuentas es información superflua como la del telediario, por estas fechas, que pasa un vídeo de gatos cantando por Navidad. Como pesa lo vacuo en estos charcos. Es mejor refugiarse en tu isla y no salir, salvo que sea con una armadura de un guerrero medioeval y con un libro en la mano.

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