Hace unos años cuando leía en la sección obituario de los periódicos sobre la vida de una persona o personaje público estas crónicas adquirían dimensiones casi de novela. Eran muy jugosas sobre la vida de la persona; entendías la dimensión humana de esa persona. En muchas de esas crónicas te quedabas con la miel en los labios porque como eran cortas y querías que estas siguieran iluminando la vida de quienes reseñaban. Confieso que me enteraba mucho a través de esos obituarios. De personas claves en un momento determinado de la vida social. Así me puse al tanto por ejemplo, de la vida de un voluntario de una Asociación para la memoria, que se pagó los pasajes desde su oriundo Japón para intervenir en una de las primeras exhumaciones de la guerra civil española. Su empeño por la memoria histórica, si interés que se ilumine esos períodos oscuros de la vida social (todavía tengo guardado el recorte del periódico y cada que puedo lo releo). Es más, su muerte fue conocida semanas después que este señor había fallecido, por expresa petición que había hecho a sus hijos. Era uno de los esos héroes cívicos anónimos que no necesitan publicidad y la fanfarria mediática para hacer algo valioso, esas personas me parecen imprescindibles para una sociedad. O la vida de un cantante de soul, o de una simpática cantante de jazz que estaba fuera de los focos mediáticos. Esas reseñas eran pequeños diamantes. Pero esta afición no hay que confundir con la de otros que miran la sección defunciones para saber si hay un conocido o conocida que ha partido al otro barrio. Sí. Un amigo de la universidad me comentaba que su padre leía el diario “El Comercio” de Lima y se detenía por unos minutos en esa sección y si encontraba a alguien conocido ponía una cara de cariacontecido y pegaba un bajón de unas horas. Dejando esta anécdota aparte, lo que percibo al leer los obituarios por estos tiempos es que cuando fallece un personaje importante abundan obituarios o réquiem sobre esas personas. Lamentablemente, esas crónicas han perdido el encomio de las de antaño. Por estos tiempos, son muy lacrimógenas, edulcoradas, de lugares comunes, se vuelven empalagosas para las emociones. Pergeñar obituarios es todo un oficio, hoy hay mucho improvisado redactando estas gacetillas.

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