Javier Vásquez

Nos encontramos en las cercanías del nacimiento de un nuevo año y la despedida de otro, que esperamos hace 12 meses, con tantas o iguales ilusiones del que se avecina.

Las reflexiones son varias y, algunas veces, repetitivas. Pocas veces analizamos lo bueno o lo malo que hicimos o entregamos durante ese periodo y más bien reforzamos nuestros pensamientos en lo que nos hicieron o recibimos, sobre todo las cosas malas o poco placenteras. No nos esforzamos en reconocer si cumplimos nuestras promesas, para con los otros o para con nosotros mismos, siendo estas últimas las más difíciles de cumplir porque nuestra autocensura raya en la nulidad.

Con seguridad vamos a realizar las mismas promesas de todos los años, desde las más banales (voy a hacer ejercicio diariamente, voy bajar de peso, me voy a llevar bien con las personas de mi trabajo, etc, etc) hasta las más serias (voy a hacer mi maestría, voy a ahorrar para comprar mi casa y otros largos ejemplos). Todo ello nos ayuda a una pequeña catarsis mental que nos va a proporcionar una tranquilidad momentánea.

Nos vamos a sentir las persona más buenas del mundo, a  toda la gente la vamos a ver con un halo de beatitud, los que nos parecían odiosos van a tener un lado inesperadamente agradable en el cual nunca antes habíamos reparado. Nosotros mismos nos vamos a sentir a un paso de la canonización porque ningún pensamiento insano albergaremos por estas fiestas.

Ahora bien, recordemos el año pasado. Con seguridad, esta sensación o sentimiento de paz y ver con otros ojos (el bueno) a las personas ¿cuánto nos duró?: ¿un día?, ¿una semana?.  Acordémonos si tomamos alguna acción para cambiar lo malo de nosotros y reforzar lo que consideramos bueno. Pensemos si fuimos más tolerantes con los que consideramos intratables, si ese lado bueno que descubrimos en otros nos ayudó a conocerlos mejor, si fuimos capaces de reconocer que los únicos buenos en nuestro entorno no solamente somos nosotros mismos, sino que hay gente infinitamente más valiosa que uno.

Es doloroso darse cuenta que uno está equivocado y reconocerlo. Al primer atisbo de inseguridad tratamos de encubrirlo, de adornarlo y proyectamos la culpa a factores externos, personas o situaciones y no asimilamos que de una equivocación, reconocida y analizada, que podría afectar a varias personas, puede nacer una acción más segura y genuina que nos permitirá corregir este error.

Que estas fiestas nos ayuden a crecer como personas, ese es el primer paso. Que nos ayuden a integrarnos con nuestra familia, saber que cada individuo de ella no va a ver la vida necesariamente como nosotros la percibimos, que es un ser  diferente, probablemente ni mejor ni peor, y que merece nuestro cariño y respeto. Frecuentemente juzgamos a las personas conociéndolas apenas o escuchando opiniones de terceros acerca de ellos. Ese es el segundo paso.

Que nos ayuden a integrarnos en la sociedad. Eso es lo más difícil. No hay fórmulas, creo que nos ayudaría a ello siendo honestos, solidarios, tolerantes.

Felices fiestas para todos nosotros.