[Escrito por: Moisés Panduro Coral].

Ricardo Palma, el tradicionalista peruano que alcanzó celebridad con sus “Tradiciones Peruanas” fue, además de bibliotecario y político, un gran recopilador de las vivencias cotidianas de la época virreinal y republicana y un prolijo observador de los hechos y de las conductas humanas. Sus tradiciones que han sido escritas en el estilo ameno, dicharachero y orlado de exquisiteces lingüísticas propio de los tradicionistas y que, aquí en Loreto, tiene en el escritor Jenaro Herrera a su mejor discípulo, viene con el valor agregado de la enseñanza ejemplificadora – muchas de ellas resumidas en una sola frase- que los maestros y los padres harían bien en cultivarla.

En el nacimiento de la República habían aristócratas descendientes de españoles que se consideraban de sangre azul por el color que sus venas adquirían externamente al traslucirse en la superficie de su blanca piel de delicados e inmaculados señoritos y princesos. Su razonamiento lleno de vanidad les hacía pensar que eso les diferenciaba de los demás, de los criollos, de los cholos, de los mestizos, de los indios cuya sangre no se azulaba. La frase de Palma de que “aquí el que no tiene de inga tiene de mandinga” les resultó lapidaria, por que es una certeza milenaria y científica que todos, sin excepción, tenemos sangre roja debido a que el hierro que es el elemento mineral que se adosa a los glóbulos rojos para transportar el oxígeno a los lugares más recónditos de nuestro organismo, tiene ese color, y lo que es más, aunque parezca una trivialidad decirlo, la piel nada tiene que ver con las pretendidadas y trasnochadas superioridades de raza, de inteligencia o de físico corpóreo que eran de amplia aceptación, entonces, por la ignorancia en la que estaban sumidas las clases populares.

Como en los siglos XIX y XX, existe actualmente una ignorancia sutilmente fabricada que yo espero sea recogida por los cronistas de nuestra época para que se la cuenten a nuestros descendientes. Ésa es la que señala que los que no tienen plata o no buscan plata no tienen nada que hacer en política, de allí que la percepción de vincular la política al poder del dinero tenga una aprobación, negada en público, pero taimada y vastamente difundida, incluso en los partidos y movimientos con ideologías democráticas y de cambio social. La exclusión en política ya no es una cuestión de piel como lo fue en el pasado; en el estreno del tercer milenio es una cuestión de dinero, un tema de fortuna personal, un reproche por no tener esa “sangre azul” proveniente del antimonio.

Necesitamos contrarrestar estas percepciones que amenazan con convertirse en una tradición. No basta con escribir de cuando en cuando, o comentar en el facebook, o indignarse accidentalmente por algún hecho de injusticia o cuando un gobernante nos resulte fullero y nefasto. Debemos prohibirnos cualquier elogio al vivo, al criollazo, al inescrupuloso, al falso, al negociante de votos, y más bien, conveniríamos, por ejemplo, en crear frases categóricas contra esta nueva “sangre azul” como las que transcribió Ricardo Palma de la sabiduría popular. No está demas decir que los padres, los maestros y los que son políticos por convicción y altruismo y no por interés individualista tienen aquí la primera y última palabra.