En una entrevista radial concedida desde la clandestinidad, Gastón Acurio le declaró oficialmente la guerra al estado peruano por ponerle tan alta multa. Pero su encono no se resolvía con el disparo del fusil o la toma a la mala de palacio de gobierno. Se definía en su negativa a volver a cocinar o a invertir alguna empresa de comida al paso o al peso. El razonamiento del afamado cocinero era simple. Las arcas nacionales dejaran de percibir sus impuestos. Así fue como los jueces condonaron la deuda al fundador del novísimo Partido Culinario del Perú. Pero las cosas no volvieron a ser las mismas. Porque apareció el escándalo del cuy a la leña.

En su afán de retornar su ímpetu cocinero, Gastón Acurio se quemó las pestañas y reventó varias ollas y sartenes para inventar un nuevo preparado a base de la sabrosa carne del cuy. El dia de la exposición de esa carne sometida al fuego de la leña el que menos se relamió los labios, se succionó los dedos, ante tan dorado y sabroso preparado. La celebración del Día del Cuy a la Leña se imponía con blanco y rojo orgullo y el ministerio del ramo ya realizaba las primeras gestiones para sacar la resolución que enriquecería el paladar nacional, cuando apareció el señor Pedro Pablo Kuczinski cargando un enorme cuy chactado.

El hombre que nunca cumplió con la promesa de renunciar a la nacionalidad norteamericana, defendió a capa y espada la cocina ancestral, el preparado oriundo. Sostuvo que el cuy no podía se humillado y vejado con mezclas, fusiones y profanaciones cocineras. El verdadero plato del Perú era el cuy chactado y el nuevo día de la comida nacional debería rendir homenaje a ese potaje y no a otro preparado oportunista.