En esos primeros meses de funcionamiento gastronómico el colectivo en mención logró servir desayunos a base de café con panes y mantequilla. Luego invitó a los votantes con sus familiares a saborear avenas varias y, también, puso en la mesa distintos preparados locales como el upe, el chapo de plátano maduro y el masato. Para el almuerzo firmó, en un concurrido restaurante del centro de Iquitos, un acta con el candidato del sopón y fue así como apareció el caldo de cabeza de distintos animales de uña y pezuña. La cena fue la gran ausencia del colectivo referido, pues ningún candidato de estos predios había pensado que es mejor llenar la barriga antes de irse a dormir.

En los meses en que no había contienda de las ánforas, los esforzados miembros del partido comidero se dedicaban a investigar buscando nuevos elementos para enriquecer la pobre dieta de la mayoría de peruanos de ambos sexos. La carne de gato había sido dejado de lado para evitar las airadas protestas de fuerzas refractarias al minino. El señor Gastón Acurio, mientras tanto, abrió un negocio de comida chatarra que desató críticas irónicas de parte de serios ciudadanos empeñados en imponer la dieta vegetariana. Ese episodio desató una extraña polémica en el país donde todo se somete a la encendida bronca.

     Al parecer, el gremio de nutricionistas del Perú, un colectivo sin fines de lucro pero con excelentes papilas gustativas, puso en el tapete nacional el tema de la validez o no de la alimentación que donaba el Partido Culinario del Perú. Los informes, las cifras, las pruebas demostraban que los preparados no tenían las proteínas indispensables para los comensales. Uno de los asesores de dicho partido, el señor Pedro Villalba, salió a refutar dicha afirmación. La cosa hubiera quedado allí nomás, pero apareció en el escenario el combativo Comité Sectorial de Vendedores de Huevos de Gallina.