A tres horas de Cotonou está Lokossa, en la Región de Mono, Benín. Es un viaje pesado por el estado de las carreteras pero mis ojos no dejan de escrutar todo. Recordaba una palabras del escritor keniata Ngũgĩ wa Thiong’o que decía que los “… a los blancos les mueve la lógica y a los negros la emoción”, aquí como amerindio me muevo entre esas dos patrias de la lógica y de la emoción- quien no se me emociona en África ha dejado de ser humano, es como si te removiera todo el ADN. Mientras observo a los hombres y mujeres que caminan al lado de la carretera con sus tareas del día pienso que muchas de las campañas de donaciones que se hacen en norte económico a favor de África es solo un parche en la conciencia, hay que hacer mucho más de esos actos banales llenos de actores y actrices, cantantes que solo buscan la figuración del momento. Refunfuño para mis adentros, ¿deben ser los cincuentitantos años que llevo en mis carnes? En la carretera hay tramos intransitables que me recordaban a las calles de la infancia en Isla Grande, un condado literario en la floresta, llenas de lodos y que solo el viejo jeep de mi padre lo pasaba sin problemas con la doble tracción. La salida de Cotonou está repleta de motos y carros que llevan hasta muebles encima de ellos – me digo a mi mismo como en Perú, en Iquitos vi una vez que un motocarro llevaba una refrigeradora, así tan panchos. A lo lejos parecen, las motos, una marabunta que camina rápidamente devorando a la carretera, es como una gruesa y colorida anaconda. Los motociclistas  que hacen taxi llevan un chaleco amarillo y el  casco de seguridad que es obligatorio pero no los pasajeros por cuestiones de higiene nos comenta uno de las patas que va en la furgoneta. A lo largo del camino se observa puestos de comercios de toda índole, muy precarios muchas de las veces. Llama la atención la venta informal de combustible. Lo venden en unos tarros amarillos y el rumor es que es altamente contaminante. La informalidad muestra la débil construcción de la dermis del Estado como en muchos de los países. En el norte económico el Estado ha sido secuestrado por la empresas aquí también con el añadido que el Estado nunca fue fuerte y navegan a sus anchas con líderes corruptos. Con todos estos pensamientos sobre mis hombros se nota la pesada carga de la colonización, el caso de Benín es una excolonia francesa. Aquí las grandes empresas les importan un pepino las personas como en todas partes.  Me detengo unos momentos y oigo ese soul silencioso que escuché en Lusaka, me persigue mientras camino en las calles sin asfaltar de Lokossa.