AGUAFIESTAS, con su permiso

Por Miguel Donayre Pinedo

Cogí el discurso ya con unos tres minutos largos del inicio. La verdad es que no tenía ilusión de escucharlo. Me parecía que ya lo dijo casi todo, en todo caso, lo había adelantado en pequeñas parcelas a lo largo de sus ensayos y novelas. Pero la curiosidad pudo más, me comía y lo escuchaba por más que ingresaban llamadas telefónicas que no las cogía. Percibía que era un guion (sin acento de acuerdo a las modificaciones de la RAE) muy conocido. Mucho lugar común. Todavía quedaba en mi memoria y saboreaba el discurso de “La literatura es fuego”, se me escarapelaba el cuerpo al recordarlo. Ese discurso lo hizo desde las vísceras, desde las emociones, despojado de egoísmo. Me identificaba con esa propuesta de escritura, de la evocación al poeta Oquendo de Amat que recién se dieron cuenta que descansaba en Navacerrada, en la sierra de Madrid, al obstinado escritor del Valle del Canguro, al impenitente proletario de la escritura. En cambio, al escritor que leía bajo la espesa nieve de Estocolmo lo veía, claro, para mi gusto, previsible, de tópicos, de frases manidas sobre algunas democracias, dictaduras y omisiones graves de otras. No me conmovió ni sus lágrimas. Me costaba reconocerlo, su ADN era otro, modificado y escorado a lo largo de este tiempo. Está muy lejos del escriba que tenía en la cabeza. Felizmente me salvó el prólogo de la novela de Doris Lessing, “El cuaderno dorado”, me hizo recordar y remarcar esas convicciones literarias, y el compromiso por la escritura.