En pleno invierno limeño de poca luz, cielo gris y mañanas con lloviznas persistentes se celebran las fiestas patrias del país, en el mes de julio. No es un día si no dos. Para muchos extranjeros la fiesta de la independencia frente a España, que era el invasor y que impuso el yugo colonial, perciben que el país se transforma. Brotan escarapelas y banderas de todos los tamaños y por todos los lugares, se inflama de un sentimiento patriótico desmedido. En los supermercados en Lima los muchachos y muchachas que atienden vestidos con los colores de la bandera peruana rojo y blanco. Todos hablan de esa patria criolla, de la fusión de razas, se enaltece la comida peruana – muchas veces, con kilos de exageración. Así somos, exagerados como “La vida exagerada de Martín Romaña” de Alfredo Bryce. Aflora una emoción muy injustificada que todavía trato de entenderla desde la distancia. Por estos tiempos de prosperidad en la economía peruana, de unos cuantos, se habla con cierto orgullo, muy ufano y estéril, que ya somos un país a unos centímetros de ser desarrollados aunque hayan niños en los Andes peruanos que todavía mueran de frío por la omisión de las autoridades. Así somos de exagerados, no hay término medio. De los patas con lo que me cité para tomar un café en Lima, uno no fue a la cita y luego se justificó una excusa de la más peregrina – adujo que tenía mucho laburo, lo cual me hizo desconfiar más de él. Y otro, a horas de la cita me dijo que no podía ir (igual situación me pasó en Guatemala y para más escarnio, los incumplidos ni se inmutan). Así somos de exagerados e incumplidos. El día central de fiestas patrias, de ese Perú de todas las sangres, que rebozamos de independencia sucedió una anécdota que nos pinta de cuerpo entero. Me explico. Los peruanos y peruanas frente a España tienen/tenemos sentimientos encontrados. En un primer momento, aflora ese sentimiento anticolonial y los crueles que fueron los españoles con los indígenas aunque no recuerden que en plena república el trato con los indígenas continuó igual de mal. Luego de ese primer momento bañado de disgusto, entran en tono más conciliador, cuando se menciona a esa patria criolla de todas las sangres, se menciona al mestizo Garcilaso de la Vega, de la herencia de la lengua castellana entre otras cursilerías reconciliatorias. Así en esos discursos contradictorios, bañados de ese ungüento de malsano patriotismo, entró al Congreso de la República, el Rey Emérito Juan Carlos de Borbón y algunos congresistas, cual adolescentes, abandonaron sus curules porque morían hacerse un selfi con el monarca emérito, el primero de ellos un militar/congresista. Me daba vergüenza ajena escucharlo. Así somos exagerados y contradictorios. Viva la patria.