Una de las preguntas que siempre me carcome en los paseos matutinos es ¿Cómo imaginamos la Amazonía? No hay una sola idea sobre ella. Hay diferentes aproximaciones pero no nos hemos sentado en la mesa a discutir ¿para qué discutir? Te reprochan. Y si se discute es un viaje a ninguna parte, sin norte, son comentarios con resignación. Lamentablemente, en los pocos debates los que son más sobresalen son los adjetivos denigrantes y menos las ideas. Sientes en situaciones como esta que el tiempo ha sido en vano. ¿Alguna vez hemos tenido espacios para dialogar? En mi experiencia digo que muy poco por no decir casi nada. No se promueven esos espacios y tampoco los buscamos. Esa idea que el Parlamento es para discutir las cuestiones centrales es ya caduca, es de una democracia muy elemental. Hay una situación curiosa que me pasa cuando hablo con peruanos o peruanas sobre cualquier tema. Si tienes una posición contraria a lo que ellos piensan, te dicen, bien es tu opinión y cierran el debate – así entienden la tolerancia. No va más. Es de un solipsismo preocupante ¿es esa actitud por el pasado de la violencia política que vivimos?, ¿de los shocks económicos que hemos sufrido?, ¿es un déficit de una educación ciudadana? Desgraciadamente, esa conducta ha generado un autoritarismo mucho más robusto. Es muy triste, revela la poca cultura para escuchar al que no piensa como uno. No se busca el diálogo. A través de posiciones diferentes te puedes nutrir y aprender. Es una conducta que nos muestra que se dialoga solo por bandos, con los de mi collera, los que piensan como yo. El resto me importa un pimiento o un shimbillo. Así poco cemento social podemos construir. Nos vamos al barranco como diría mi abuela Natividad. Por eso en los peregrinajes bajo los árboles me pregunto ¿Cómo imaginamos la floresta?

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