Por: Moisés Panduro Coral

 

Muy pobre lo de Jaime, mi amigo, el propietario de este diario en el que escribo desde que se fundó, hace más de veinte años. Decir –como lo dice en su columna- que vivo del odio hacia un personaje político cuestionado por casos de corrupción, y que así terminaré mis días, “en la misma coincidencia fúnebre” con un caballero de la política como fue don Jorge Luis Donayre, es una entendible pero degradada, exagerada y nada agradable forma de defender al supuesto “odiado”.

Yo no odio a nadie, ni en singular ni en plural. No he odiado ni odio ni siquiera a quienes en el camino de la vida pueden haber afectado mis días y mis horas. Más bien, algunos hasta me han inspirado un sentimiento de compasión inexplicable, y es –así lo creo- por esa lección materna que me enseñó que los desvalidos no son sólo los que no tienen comida, abrigo o techo, sino los indigentes de espíritu, los menesterosos de la bondad, los judas que venden a sus compañeros y amigos por unas cuantas monedas, los felipillos que sirven de quintacolumnistas a los enemigos de su propia causa.

No tengo odios personales, gracias a Dios, lo que sí siento es repugnancia hacia la injusticia en cualquiera de sus formas, tengo una aversión sin medida ni clemencia a las metidas de mano en las arcas públicas, profeso una antipatía militante contra la traición y el abuso del poder económico que lo compra todo con dinero. ¿Cómo construimos la felicidad de la gente si la avaricia, el individualismo y la mezquindad dominan las mentes, las manos y los corazones de sus gobernantes?

Empero, mi amigo Jaime no se queda ahí. Más adelante, afirma que como no seré candidato a nada, iré por el mundo amazónico lanzando mentiras sin que nadie me “salga al frente”, deslizando subliminalmente en el mismo texto que soy un fracasado por el hecho de haber perdido elecciones. No es cierto que no haya quien me salga al frente; al contrario, hay muchos que lo hacen: en redes sociales cobardemente escondidos en cuentas falsas, parapetados en oficinas públicas, en radios y canales ligados a oscuros intereses, en este mismo periódico. Lo extraño es que ninguna de esas “mentiras” que según el buen Jaime yo lanzo han sido refutadas satisfactoriamente.

Ahora, dar a entender que soy un “fracasado” por afrontar derrotas electorales es una conclusión infantilista producto de la miopía de creer exitoso a quien gana elecciones, sabiendo cómo se ganan éstas en el Perú de hoy. El mismo defendido de Jaime, tiene hasta ahora nueve postulaciones a diputado, congresista, alcalde y presidente regional, y ha ganado sólo en tres, y eso a pesar del abundantísimo dinero y logística que acompañó su campaña. Y él, el presunto “odiado”, sí es un fracasado porque ha demostrado su incompetencia y su falta de probidad en el mandato de gobernante que le dio el pueblo.

Finalmente, para no seguir con esto, porque con Jaime me une una amistad signada por la libertad de expresión -que no se va a deshacer por este intercambio de pareceres-, debo decir que en realidad yo vivo por mis ideales, gano el pan de cada día con mi trabajo y pienso que, tal vez, una de mis mayores riquezas es mi estilo de vida austero; no tengo que esconderme de nada ni de nadie, vivo del afecto de quienes me quieren, no por un cargo pasajero o un favor que pueda hacer, sino por lo que modestamente he tratado de representar para ellos y para quienes vienen detrás de mis pasos.

Salgo a la calle contento, levanto la mano y saludo a cualquiera, como diría Lisandro Meza. Un abrazo fraterno Jaime, amigo mío.