Ceccarelli: hijo alado de la magia amazónica

La luna se ubica en su exacta dimensión. La noche ha llegado. “Creo que aun vengo naciendo, es una sensación extraña saberse nacido sin proponérselo, sin haberse preparado para ello”, me dice, Gino Ceccarelli, sin un ápice de duda, mientras nos sentamos frente a un río tranquilo y callado, ubicado en medio de la espesa y descomunal Amazonía. Va pescando con sus manos algunos ejemplares de doncella. El silencio sólo es cortado por los sonidos usuales del bosque. El lugar de origen retumba en la memoria.

Pinceles y lienzos de llanchama se encuentran desperdigados alrededor de la maraña. “Es en las noches cuando puedo hablar con mis pinturas, nadie nos distrae. Los colores me guiñan, el espacio me desafía. La noche es también ternura, sexo, alcohol, música escogida”. Pintar de noche es como una mareación. No hay horarios ni reglas: sólo creación y vértigo.

Ceccarelli pertenece a dos mundos, uno impuesto y el otro adoptado: el mundo occidental y el mundo mítico-mágico (a veces onírico) de la Amazonía, donde sus cuadros se sumergieron. En el segundo espacio (ubicado entre lo que se considera el Semi Cielo y el Semi Mundo), los hombres tienen la habilidad de volar. En ese vuelo, que busca alcanzar los confines del Universo, los seres alados tienen la posibilidad de comunicarse con los muertos.

La obra de Ceccarelli ha inspirado a poetas y literatos. Algunos de los mejores exponentes literarios de nivel nacional e internacional han escrito versos dedicados a esta cosmogonía luminosa, entre ellos Antonio Cisneros, Arturo Corcuera, Germán Carnero, Marco Martos y Luis La Hoz. Adicionalmente, algunos de sus lienzos han adornado las portadas de los libros de los poetas amazónicos Ana Varela, Carlos Reyes, Miguel y Percy Vílchez.

Sin embargo, el mundo de Ceccarelli es la Amazonía. A pesar de tantos años viviendo en tantos lugares, sigo siendo amazónico, nunca dejaré de serlo, me señala.  Lo que hago es capturar ese momento de magia y retratarlo en mis cuadros, reflejarlo en medio de cuatro aristas. Ceccarelli se considera a sí mismo un osado que dibuja a mano alzada y que en 30 años se mantiene fiel y honesto con su propuesta (y dicen que vende caro). Hasta ahora, se enorgullece de nunca haber prostituido su trabajo y no haber caído en modas y argollas. Es un artista libre, por lo tanto su fidelidad como tal es replantear ideas y hechos que se pueden encontrar en las cosmogonías shipibas, cocama, machiguenga, asháninca, a las cuales ha dotado del referente formal y de la impronta técnica.

Las múltiples imágenes y múltiples emociones que provocan los cuadros de Ceccarelli son innegables: contemplación, veneración, placer, simbolismo, universalidad y la trascendencia del hombre, como ser cotidiano, antropomorfo, divinizado, pero en el que la principal figura es la mujer, la dadora de vida, el origen mismo de todo lo que existe. En nuestras culturas, la imagen femenina está muy arraigada y la luna es un varón, mientras que todo lo luminoso, incluido el sol, tienen un predominio femenino.  La nada no tiene porque ser oscura, como nos han tratado de vender posteriormente. La nada tiene un fulgor incomparable en la mitología amazónica. Eso se descubrió en La Creación, su exposición individual realizada en el Museo De Osma de Lima el 2008: recrear en una veintena de obras de formato considerable los mitos fundadores de la creación del universo amazónico, una síntesis de relatos originarios del Génesis, según el saber de 42 etnias amazónica, una reinterpretación del mundo desde la vertiente particular de aquello que nos converge y exige como seres humanos en contacto con el incesante ir y venir de la selva tropical más extensa del país.

“Antes podíamos volar, pero un castigo divino hizo que dejáramos de hacerlo. Deberíamos poder, ¿no?” me señala Ceccarelli. Pasados los momentos de euforia, los brindis, y la parafernalia de lo cordial, es seguro que uno descubra, mientras esa galería se vacíe de personas y se atomice en penumbras o afonía, que de aquellas piernas tan estéticamente delineadas, de aquél enorme río, de aquellos confines celestes y amarillos empieza a parirse, con imaginación, seres asombrosos y extraordinarios y total euforia, la conciencia de que esto, precisamente esto, existía en nosotros desde mucho antes que siquiera pudiéramos pensarlo o sentirlo en nuestro primer universo.

Ceccarelli cree en la excitante experiencia de vivir.  “Hablamos de realidad cuando hablamos de magia, de mitos y leyendas, lo demás es realidad artificial. Cuando hablamos de fantasía nos referimos a la política actual” El Gran Río es el origen de la vida. El primer orgasmo. Desde siempre, todos los seres vivos que se unen para la procreación experimentan el placer. El orgasmo es el origen de todas las magias. La tierra de mal está ubicada en el corazón y se refleja en las orillas de los ríos y lagos o en el cuerpo de una mujer. Todos somos parte de un mito, algunos tienen miedo de dejar aflorar esa parte. Los mitos y los hombres son indesligables.

“Eso lo soñé despierto y te aseguro que es cierto”, me dice Ceccarelli, mientras me entrega un pez luminoso y cierra los ojos. Luego mira a la luna, que la atraviesan centauros y runamulas. Sirenas lo miran fijamente y luego se sumergen en las aguas intensas. Inmediatamente se abren alas detrás de sus espadas y empieza su ascenso al cielo, a los confines del universo.

Si no lo hubiera visto, yo tampoco lo creería.

(*) Extractos de crónica personal sobre la trayectoria personal y artística de Gino Ceccarelli, para libro-catálogo homónimo presentado en la Feria del Libro de Miraflores. La publicación fue editada por Mesa Redonda y también presenta una retrospectiva del trabajo de Ceccarelli, expuesto en el Museo de San Marcos hasta el 5 de noviembre