Defendiendo a Huayrurín

Los bufeos colorados son una de las especies más raras y fascinantes de la Amazonía. Mamífero acuático de gran joroba y pico prominente, que puede superar los dos metros de largo y llegar a pesar ciento cincuenta kilos en su adultez. En la actualidad no es muy común avistarlos. Cuentan algunas personas que cuando es posible verlos, navegando en ríos, uno debe cerrar los ojos y pedir un deseo. Son considerados animales muy inteligentes, cariñosos, aunque las leyendas populares también los retratan como criaturas que tienen el poder del encantamiento o la transformación.

Algunas semanas atrás, una noticia que dio la vuelta al mundo dio cuenta de que por los menos 200 delfines habían sido envenenados y asesinados  en la provincia de Requena.  La modalidad, al parecer es el del  envenenamiento. Algunos pescadores amazónicos echan peces con barbasco (una ponzoña bastante  efectiva y dolorosa al ser consumida) a peces previamente muertos, los cuales son engullidos por los delfines rosados. La muerte de cualquier persona cuando es envenenada no sólo es horrible, sino muy cruel. Del mismo modo sucede con un animal.

Se ha señalado que existe un equipo multisectorial que investigará los hechos. Si bien esta matanza es considerada un delito ecológico, también es cierto que en muchas zonas amazónicas hay un profundo desconocimiento de la ley. Casos como este se repiten constantemente, no sólo con bufeos colorados, sino con diversas especies. Y no son sólo cazadores furtivos o inescrupulosos comerciantes. También algunos pobladores de comunidades ribereñas, quienes, en teoría, deberían ser los primeros en defenderlos. En el caso de estos bufeos, la causa era que “se robaban los peces”.

Podría decirse que esta es una terrible situación esporádica, un accidente negativo que se queda en la anécdota. Lamentablemente no es así. Hace un par de años, cuando visitaba la sede del proyecto ACOBIA (un esfuerzo digno de encomio que consiste en recuperar mamíferos acuáticos en situación de orfandad y darle atención y refugio), conocí a Nemo, un bufeo colorado bebé que rescatado de sus captores, que resultaron ser pobladores de una comunidad rural selvática. Nemo era amiguero, jovial y distraído, sólo que tenía el grave inconveniente de haber sido encontrado tarde por los jóvenes científicos del proyecto: el animal iba perdiendo peso paulatinamente, debido a que los nutrientes que le eran brindados en el laboratorio son insuficientes como sustitutos de la leche materna. Ningún elemento artificial, por más efectivo que fuera, puede reemplazar a la alimentación natural. El pequeño delfín llegó pesando 17 kilos y, tres meses después, cuando murió  (no obstante las cuadrillas de biólogos y voluntarios que lo alimentan cada sesenta minutos, mañana, tarde y noche, en horarios que incluyen las noches, madrugadas y climas hostiles), pesaba sólo 6.

Muchas reflexiones me producen las constantes y continuas muestras de maltrato o crueldad contra especies de fauna amazónica. Un par de días atrás, en medio de un álgido debate en el Twitter, un usuario arequipeño me recomendó ver The Cove, un brillante y valiente documental, ganador del premio de la audiencia en el prestigioso Festival de Cine de Sundance el 2009, que retrata de modo muy crudo y literal todos los sufrimientos que padecen los delfines alrededor del mundo. Una de las cosas que más me impactaron fue, sin duda, el clima de horror en que son confinados, así como el excesivo clima de estrés al que son sometidos cuando se encuentran en cautiverio, especialmente en peceras o zoológicos.  

Esto me recuerda el caso de Huayrurín, el habitante emblema del parque Quistococha, y el único que yo conozco que se encuentra en cautiverio y exhibición al público. Un periodista de Reportube de El Comercio me preguntaba por qué este bufeo colorado vive en una piscina tan pequeña e incómoda. Esa es la pregunta que yo hago a los administradores.

En verdad, lo de Quistococha es vergonzoso. Siento que ni las condiciones mínimas de confort o de sanidad o seguridad están garantizadas en el parque (me resisto a llamarlo zoológico). Sobre todo, porque a pesar de que es por todos conocidos que este tipo de lugares son como cárceles para animales, y es mil veces preferible que la fauna salvaje se mantenga dentro de su hábitat natural, en algunos lugares (pienso en los zoos de Berlín-Alemania o Bronx-Estados Unidos o el Biopark de Valencia-España) garantizan ciertos niveles de dignidad y vigilancia a sus especies. Acá no, acá se sigue creyendo que los animales son la última rueda del coche, se los alimenta con porquerías (una vez vi que la alimentación regular de un tigrillo era ¡papaya!), se los tiene amarrados, a veces se los maltrata físicamente. Y en este rosario de desatinos se los coloca en espacios espantosos como el que “alberga” a Huayrurín.

Un amigo me comenta que tuvo en su casa un tigrillo. Le digo que no es el lugar más adecuado tener un animal salvaje en casa. Me retruca afirmando que él lo sabe, pero que cometió un terrible error: lo entregó a Inrena. Al poco tiempo, se enteró que el tigrillo había muerto. Alguien que intentar criar un achuni en su hogar es una causa perdida, porque éste tratar de huir apenas pueda. El problema es que en su fuga vaya a caer en manos de estos seres humanos aquejados por la ignorancia y maldad que creen que sus genitales son el afrodisiaco perfecto. Matar a un animal para preparar con sus órganos un brebaje espirituoso es en verdad una tradición bastante retrógrada e inhumana.

 En cualquier otro lugar del mundo, la experiencia de salvamento de especies en peligro de extinción o animales amenazados sería objeto de ponderación y aplauso. Porque representa el empeño incesante del talento regional, destinado a recuperar uno de los valores más importantes que tenemos: nuestra riqueza natural. Pero en esta tierra bendita donde las autoridades o los funcionarios universitarios no tienen miramientos en talar árboles a diestra y siniestra, donde los planes de los candidatos contemplan harto cemento y cero educación ambiental, muy poco es lo que podríamos hacer desde ese aspecto. Si es cierto que a veces hay gente que no sabe cómo criar o querer a un gato o un perro, mucho menos va a entender a animales cuyo gran horizonte es la Amazonía entera.

 ¿Qué hacer? ¿Prevenir? ¿Reprimir? ¿Educar? Quizás todo en uno, y mucho más. He ahí donde se tiene que iniciar la campaña pedagógica y las propuestas técnicas, pero sobre todo la sensibilidad, la sensibilización, la misericordia entre especies de este planeta. Nosotros llevamos la voz cantante.

2 COMENTARIOS

  1. Hola!
    realmente muy preocupante la realidad que describes.Ojalá el articulo sirva de una gran motivación para iniciar acciones de protección verdadera y real de todas esas especies que constantemente está siendo agredidas, principalmente, por cuestiones de ignorancia y falta de sensibilidad para con los animales.La solución, necesariamente, tiene que partir de acciones educativas permanentes.Si uno de los problemas es la falta de dinero para poder tener un zoologico de verdad, es muy fácil conseguir la ayuda extranjera mostrando la triste realidad de la amazonia peruana en lo referente a este asunto.Es solamente cuestión de tener la voluntad de querer solucionar el problema.Existen cientos de filantropos a la espera de ser llamados.No duden de eso.Entonces las autoridades tienen la palabra.

  2. Me encanta leer lo que escribes, siempre es refrescante, informativo, coherente y esta nota en particular lo es.

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