Vargas Llosa: Amazonía a la cual volver

En breve, Tierra Nueva publicará una nueva edición de Entrevistas Escogidas, la selección de entrevistas memorables que ha brindado Mario Vargas Llosa a lo largo de su carrera. Su autor, Jorge Coaguila, ha incluido en esta versión algunas nuevas contribuciones. Demás está decir que estamos ante una compilación muy importante, vital para redescubrir los cánones y vericuetos del pensamiento literario, político y social del Premio Nobel.

Leer la recopilación de Coaguila, en todo caso, ha tenido la maravillosa virtud de devolverme a buscar en la biblioteca los libros de Vargas Llosa.  No hace mucho culminé la lectura de El Sueño del Celta, incursión de fuerza mayor en el genocidio indígena durante la época del caucho.  Y no puedo dejar de advertir que tanto en la literatura como en la cultura popular de la Amazonía, la presencia de MVLL siempre ha sido intensa, entregada, perecedera (aunque, como en toda relación, tampoco ha sino ajena a puyazos y desplantes).

Reviso los libros de Vargas Llosa y me maravillo de la complejidad, de los giros narrativos. Pero también me emocionan los descubrimientos casi mágicos de mundos diversos, que se pierden, que confluyen, que se destruyen entre sí y de pronto vuelven a lograr su preciado equilibrio. Cual figura omnipresente, el escritor moldea la realidad y le da una existencia diferente, trascendente.

Reviso Pantaleón y las visitadoras y encuentro, antes que un retrato de Iquitos, una farsa y al mismo tiempo un apólogo, donde  el humor y la anécdota inmediata y explica, a través de la construcción de este oficial del Ejercito que por circunstancias de la vida se convierte en el más grande proxeneta de los ríos selváticos, los variados mecanismos de una sociedad pequeña, inocente, chismosa, donde las personas eran buenas y corteses y donde los únicos deportes permitidos, a falta de luz eléctrica y televisión, aparte del fútbol, eran el chisme y la maledicencia.

Es probable que no existan Shushupes, Sinchis, sus curas Beltranes y  Pechugas por doquier en Iquitos, pero hay gente que puede llegar a ser mejor o peor. Estos arquetipos, estas construcciones mentales encuentran una voz, que es la del narrador (que a la vez es un subordinado de la imaginación), en su compromiso mayor por reflejar la lucha contra la cucufatería y la vigencia del placer.

Leo La Casa Verde y me sigo maravillando del hecho que  Vargas Llosa necesitara solo algunos viajes para construir el cosmos maestro de Santa María de Nieva, del leprosorio de San Pablo,  de la Amazonía de mediados del siglo XX.  Encontrar a través de las páginas la soledad, la indiferencia, las enfermedades, las lluvias y los lodazales y el instinto innato del hombre por la supervivencia, las historias de Fushía al que la enfermedad no sólo carcome su piel sino su razón, como la del mitayero Aquilino, como la del aguaruna Jum, como la de las monjitas de la Misión, no solo es una experiencia fascinante, sino pedagógica.

La historia a veces desespera, por lo cruenta, por lo resignada, por su infortunio tácito.  Pero también motiva a una segunda revisión. A una oportunidad, a un hálito de coraje que culmina con el fin de los tiempos, con el destino marcado. Una sentencia de Fushia lo dice todo:

San Pablo es un sitio donde nunca te irán a buscar. Aunque supieran que estás ahí no irían…

Anteriormente he escrito que la Amazonía es el propio latir de los corazones,  oprimidos tantas y tantas veces y que, aún así,  intenta con todas sus fuerzas maquinar la emoción y el desarrollo en los golpes implacables de un manguaré.  Eso también lo sabe Vargas Llosa, quien guarda un profundo aprecio por la Amazonía, por Iquitos, por su gente. La deuda que tiene el escritor con el territorio va más allá de ser magma de inspiración de tan acabadas piezas literarias. Es también domino donde se ha depositado la mayor confianza en su propuesta política, cuando postuló a la presidencia de la república en 1990.

En Loreto fue donde inició su carrera política como tal (recordamos una memorable presentación en el Auditorio del colegio San Agustín) y donde recibió la más alta votación que hubiera recibido candidato alguno en dicha contiendas, además el único departamento del país donde el defenestrado ex dictador Alberto Fujimori  fue derrotado por el novelista-candidato. Esa deuda ha sabido reconocerla Vargas Llosa en su libro de memorias  El Pez en el agua, pletórica de anécdotas amazónicas e iquiteñas.

Anteriormente, he escrito sobre la importancia de El Hablador en el tratamiento de la cosmogonía milenaria amazónica desde la perspectiva narrativa vargasllosiana. Creo que hay además una idea clara de que estamos hablando ante uno de los puntos altos en su obra, que todavía no han sido del todo considerados. La mitología machiguenga se aproxima a la dinámica occidental. Hay magullados, sí, hay gente que se pierde, sí, pero también hay una historia utópica, de redención, de descubrimiento de orígenes, de conversión y de fe.

En fin, luego de la lectura de la obra de Coaguila uno queda con la fascinación por volver a la obra de Vargas Llosa, es cierto. Pero también por la posibilidad de reconfirmar que el escritor vivo más importante del Perú también ha descubierto momentos epifánicos o nos ha hecho sentir o sufrir, en su acabado esplendor y miseria, el dilema y la gracia del ser amazónico.