“El cauchero Arana poseía una casa donde vivía con su familia, muy cerca de la estación de Paddington.” (p. 283) “El cauchero Arana se encaprichó que Juan estudiara derecho.” (p.318) “Mi historia y la de Juan se trocaban. Nos hemos trasmutado uno al otro. Aunque él seguirá mirándonos en plena noche desde una esquina de Queen Garden Street con esos ojos inmensos de búho y diciéndonos mare, como se indica en uitoto cuando las cosas salen bien y masticando coca en la maloca.” (p. 386) Juan Aymena fue el niño uitoto que Julio César Arana del Aguila raptó de su tribu y los trasterró hacia Londres. El narrador, un abogado autoidentificado como kukama, nos propone no sólo la historia de ese niño sino también el proceso de su propia trasmutación. Ese eje cruza de cabo a rabo El insomnio de perezoso, novela creadora de personajes, situaciones e historias conmovedoras en torno al primer genocidio del siglo XX entre peruanos contra peruanos.

La Trilogía Gomera ha tenido una largo proceso de gestación. Su primera etapa, Estanque de ranas, apareció en 2006. Se publicó en Iquitos dentro de la colección Karatxama (colección desaparecida después de la entrega de su primer número). En Lima se publicó otra edición en 2007 con el ánimo de corregir los yerros de la primera. Y no pasó desapercibida entre los lectores de Iquitos pues su autor, Miguel Donayre Pinedo (1962) es natural de la que fue a inicios del siglo XX la capital mundial del caucho. Dos años más tarde dio a conocer Archipiélago de sierpes esta vez en una casa editora de Iquitos, y, claro, provocó cierto revuelo en dicha ciudad. En el 2011 entregó El búho de Queen Garden Street, un tejido planetario por las sendas de las víctimas del cuacho. Y un año más tarde, la misma casa editora, reunió las tres novelas en un sólo volumen con el título de El insomnio de perezoso -Trilogía gomera.

La naturaleza y las visiones del insomnio provocador de la trasmutación es lo que aquí se trata de pistear.

UNO:

Para llevar a cabo su trabajo un escritor sólo necesita tres cosas, decía Faulkner: experiencia, observación e imaginación. Cualquiera dos de ellas, y a veces una puede suplir la falta de las otras. Con la suma de esas herramientas Miguel Donayre Pinedo ha creado el escenario, Isla Grande, donde se mueven los personajes de Estanque de ranas, primera parte de la trilogía. De su vida en Isla Grande, una sociedad frívola y olvidadiza como la califica el narrador, Álvaro nos cuenta sus tribulaciones amorosas, profesionales e intelectuales al tiempo que va pintando el círculo en el que centra su preocupación, el de una sociedad que no tiene ningún reparo en quemar los documentos del pasado. Estamos en un universo de tinterillos y de “periodistas”, y en medio de ellos un joven intelectual a la búsqueda de las huellas de los estragos durante el período cauchero.

Álvaro que ha estudiado derecho con la firme voluntad de no ejercer de abogado de políticos y mafiosos, malvive pasando de un trabajillo a otro como “negro” de periodistas y políticos, hasta que consigue el aval intelectual y financiero de una universidad canadiense para dedicarse a la investigación socio histórica de los problemas engendrados por el boom cauchero de finales del siglo XIX e inicios del XX. La confluencia de la propuesta de Belén -o ella o seguir en la repetición del modelo existente en ese estanque de ranas- y el aval de la universidad coincide con el descubrimiento de El expediente del Putumayo.

En ese momento se produce un corte radical en el estilo y el lector pasa a las confesiones de Carlos Quinto Nonuya, “indígena civilizado”, documento al parecer “encontrado” entre los papeles de un despacho notarial durante la búsqueda del Expediente del Putumayo. El documento ha sido salvado de una quema deliberada de testimonios relacionados con el período de la extracción del caucho por un  colaborador de Álvaro. En realidad la fuerza de esta sección es tal que el lector cree encontrarse ante la expurgación de una dinamita: un indio al servicio de sus patrones caucheros cuenta lo que él mismo llevó a cabo en contra de sus compañeros de tragedia para sobrevivir en los centros de extracción cauchera antes de ser capturado y recluido en una prisión de aislamiento total porque se está pudriendo en vida. Tiene lepra. Va a parar en la leprosería donde ejerce de monaguillo. Una dinamita, repito.

Se abre un nuevo estrato y nos encontramos con el testimonio de un gay, Doro, Doroteo Guerrero Minaya. Éste le cuenta a Álvaro cómo, cuándo y qué condiciones llegó a Isla Grande en compañía de Verita. Y como con ella puso en marcha varios negocios, entre ellos La Balza Mágica que fue una verdadera sensación en su momento: “aquí entre cervezas y mujeres se han decidido licitaciones públicas, concesiones forestales, sentencias de casos difíciles, si te contara.” “Pachanga para todos, Álvaro.” “Invita la casa, mi amor, sabemos que andas misio.” Doro. Doroteo. El Pindayo. 40 años. Amazónico de adopción y chiclayano de nacimiento. Murió atropellado cuando corría detrás de un niño que entró en La Balsa Mágica a robar una botella de agua. Para muestra, sólo un botón de la flora y fauna residente en Isla Grande.

Este primer momento de la Trilogía cauchera se cierra con fragmentos del diario de un inmigrado en Madrid y su relación con la burocracia española. El diario está nutrido por la reflexión sobre el problema de la memoria y la pérdida de los archivos en su ciudad de origen. “Abandoné el estanque que me carcomía mis fuerzas. Cuando Belén anunció su viaje tuve que decidir. Fue mi punto de ruptura. Me costó sangre tomarla pero era necesaria, sino moriría lentamente.” “El Tunchi -su colaborador en la recuperación de los documentos del Putumayo- de cuando en cuando me manda correos.” Así descubrimos que el autor de esas reflexiones es Álvaro convertido en un inmigrado.

 

DOS:

En Archipiélago de sierpes el autor plantea desde su primer instante el dilema entre literatura y periodismo, entre la figura del periodista y la del escritor. No es que se teorice sobre este dilema aún irresuelto. El narrador se zambulle en la realidad y es las dos cosas a la vez. El periodista, día tras día, paso a paso, nota tras nota, viaje tras viaje, se compromete con la vida y la muerte de los hombres. Pero el Archipiélago creado por Donayre Pinedo es más que periodismo puesto que consigue que el lector visualice sus personajes en situaciones verdaderamente conmovedoras: la oficina de redacción de ese diario llamado La Razón y en donde campea el desorden y la improvisación es al mismo tiempo una información y la recreación de un universo. Es el retrato de la sociedad caótica que ha engendrado el dispendio y la masacre de los indios durante unos de los momentos cumbres del capitalismo extractivo.

“Mi situación laboral en el diario residía en el limbo, ni en el cielo ni en el infierno, se arrinconaba en la claustrofóbica levedad del pedo”, sostiene Eduardo el personaje narrador y a la vez responsable de la sección culturales. El director del diario presume y se llena la boca afirmando que su diario es el único en Isla Grande capaz de tener un suplemento cultural, pero éste sale a la muerte de un obispo o de un poeta para colocar el obituario. “Gana la coyuntura, maestro, si no vendemos nos vamos a la mierda” sostiene ese director que más parece un sobreviviente típico de los patroncitos de los campamentos gomeros, un sobreviviente del puerto fantasma en el que se mueve. Mechita, la secretaria, es la prima hermana del jefe. “Masho”, el de la sección policiales. Dick Yahuarcani, el de la sección chismes políticos, cuya única bandera es la doblez. Manuel, el de la sección deportes, gay, amigó íntimo de Mechita, “confesaba que el diario era una burbuja de aire fresco frente a los trogloditas que le agredían… cuando caminaba contoneándose.” Todos parecen reencarnaciones de del “indígena civilizado” pudriéndose en una leprosería. Todos ellos así como las autoridades civiles y militares inmersas en la  corruptela pueden ser personas carne y hueso. Sin embargo viven y están ante nuestro ojos porque ese periodista del limbo ha conseguido, en los paréntesis que les dejaban sus batallas periodísticas, crear una literatura imposible de ignorar: el universo inmundo del puerto de Isla grande, la vida y milagros de los fantasmas que por ahí merodean, las triquiñuelas del mundo fronterizo y fluvial, y en medio de ellos el imperio de los maestros rurales. El mundo de “Shaluco” y el de los trásfugas políticos; el de los asesinatos políticos disfrazados de suicidios. La inmersión del Servicio de Inteligencia para ocultar, disimular, distraer. Las marchas y contramarchas del Frente Patriótico. Todo dicho sin aparente literatura. Todo dicho con un lenguaje ceñido a realidad, sin vuelos líricos, sin endechas al regionalismo.

La finalidad de todo artista, ya lo decía Faulkner, es detener el movimiento, que es la vida por medios artificiales y mantenerlo fijo, de suerte que tiempo después, cuando un extraño lo contemple, vuelva a moverse en virtud de que es vida. Suena fácil, pero es muy difícil conseguirlo.

TRES:

No todo es denuncia. También hay momentos del reconocimiento a los aportes del periodismo para el esclarecimiento de la historia. Tal el caso de Benjamín Saldaña, “un periodista de raza” subraya el alter ego del narrador. Un héroe del periodismo por haber sido el primero en denunciar legalmente que en los fundos gomeros asesinaban impunemente a los indios de la zona de frontera. “gracias a esa denuncia se investigó judicialmente, aunque la sentencia del juicio se perdió en el olvido, se diluyeron las responsabilidades como siempre, para eso sirve la administración de justicia en estos montes, para hacer el trabajo sucio, limpiar de mierda a los amigos y hundir en la cloaca a los enemigos.”

En la sección final de la trilogía, El búho de Queen Garden Street, en nombre de “la patria de la ficción”, asistimos a un salto cualitativo. Es un salto tanto estilístico como ideológico para ponernos ante un entramado de viajes y andanzas por el planeta y, singularmente, por Londres y las orillas del Támesis de “Un kukama … tras las huellas dactilares de un uitoto en la diáspora.” En esos ires y venires por la historia individual y la historia colectiva asistimos a la voluntaria autoidentificación del narrador con uno de los supervivientes de una de las tantas etnias amazónicas refundidas dentro del incontenible proceso de etnogénesis: “un kukama… en éxodo voluntario…” Un individuo cuya mente en permanente estado de búsqueda detecta y asigna relevancia suma a las huellas que ha dejado el despojo del hombre por el hombre. Un estado de excitación de la red neuronal provocada por la información y cuya conducta se rige por lo que cree y espera, desea y teme. Un kukama a la búsqueda de un tal Juan Aymena, raptado por un Julio C. Arana y trasladado a Londres donde se presume que ha realizado estudios superiores. En pos de las huellas de ese “rehén del tiempo” Miguel Donayre Pinedo consigue que la mente de su kukama “escondido en el fondo del armario” se excite recordando el pasado reciente ante el contacto físico con la realidad y catalogue todas las señales que sirven para predecir y tratar de responder a las probabilidades del futuro. El homo sapien, dicen, es una especie futurista. El secuestro y extravío de Juan Aymena, afirma el narrador, “le privó de una vida… para esquivar una muerte segura… en los crímenes contra su tribu.” Y anota ese mismo kukama: “La sajadura del Putumayo fue uno de los primeros crímenes contra la humanidad del siglo pasado.”

Esos crímenes contra la tribu -la tribu entendida como género humano- están en el fondo de todo El insomnio del perezoso, una trilogía en la que su autor despliega numerosas estrategias narrativas que lo conducen hasta el “tour de force”, una acción muy compleja realizada con una habilidad pocas veces vista ya no sólo dentro del contexto de la literatura amazónica: penetrar dentro del cerebro del kukama sobreviviente a los estragos de la historia, un experimento psicoanalítico digno de ser tomado en cuenta, y hablar desde esa conciencia.

Estamos ante una novela en la que el escritor ha creado personas creíbles en situaciones conmovedoras. Una novela con variaciones de punto de mira. Con aceleraciones y lentitudes. Una novela que nos sorprende también por los contrastes de lengua según quienes sean los hablantes.

Jorge Nájar.

París, diciembre de 2017.