Como no sucedía en otras épocas actualmente en Lima existe una oferta cultural enorme. Hay museos por todos lados. Exposiciones varias en un mismo centro. Como el Centro Cultural Garcilaso de la Vega o la Casa de la Literatura. En la primera se ha colocado una exposición de Carlos Germán Belli y también la de María Reiche. En la segunda se acaba de estrenar una exposición fotográfica sobre julio Ramón Ribeyro, el eterno forastero que es sino el mejor uno de los mejores cuentistas peruanos y, también, una de Arturo Corcuera con su Noé delirante. Como enorme son nuestros poetas, nuestros literatos, así de enorme es la oferta cultural en esta ciudad capital. Ana Molina Campodónico, una joven que estudió Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú, afirma que todo este movimiento se debe a que la economía está muy bien. “Hay dinero” creo que la escuché decir en el bosque de las torres de San Felipe.

Estas palabras de Ana, dichas un domingo cualquiera, me acompañan desde que las escuché y -hoy que ando con más demonios en la mente que cuando jugaba en los seis diablos, ese equipito de barrio que engalanaba las canchas donde se presentaba, aún en las goleadas más lagrimeras- seguro pernoctarán en mi mente por tiempo indefinido porque hay que decirlo cuantas veces sea necesaria: qué maldición está pagando Iquitos para que carezca de un museo digno y, para colmo de males, los que se intentan hacer para cubrir ese vacío se elaboran con errores terribles y, colmo de colmos, son avalados por estudiosos como Santiago Rivas y bendecidos por Joaquín García Sánchez, quienes conocen la historia de Iquitos con mayor profundidad que el común de los mortales y, sin embargo, han aceptado ser comparsa de la desinformación y la huachafería.

Estoy convencido que la carencia de autoestima es un problema social que padecemos los iquiteños. Generalización un poco temeraria, es verdad. Pero ya sabemos –como bien recordaba el maestro Luis Alberto Sánchez- que toda generalización es injusta. Pero esta carencia tenemos que erradicarla. Y, creo, que a través de lugares donde se resalte el trabajo de gente valiosa se podrá iniciar un proceso de orgullo regional que nos lleve al desarrollo individual, primero y luego colectivo.

Tenemos que elaborar un paseo peatonal con nuestros literatos. Para que los nuestros conozcan que en estas tierras hubo gente que escribía. Y lo hacía bien. Un paseo de los poetas, por ejemplo. Si es posible, reemplazar esa avenida donde están personajes que no dicen nada, y colocar allí a gente como César Calvo Soriano, quien no descansaba de afirmar que había nacido en la Amazonía solo porque su padre nació en esas tierras y él lo hizo en Lima. Quien ya en 1961, tan solo a los 21 años, ganó el Premio Poesía Joven y, al decir de César Lévano, “fue un poeta revolucionario en el sentido más militante de la palabra y nunca hizo de su poesía un panfleto”. Colocar allí a Ana Varela Tafur y, también, a Carlos Reyes Ramírez, quienes ganaron el Premio Copé de Poesía. Es decir, a nuestra ciudad le falta poesía, le falta poetas. Pero los que tenemos están olvidados y, me temo, que en ello se explica varios de nuestros males. Como la poca autoestima.