Monólogo de un friki (III)

Por Miguel DONAYRE PINEDO

Cada domingo vamos a comer a la casa de mi suegra, trato de no faltar. Ella hace gala de la mejor gastronomía para ese día, se apunta las recetas de la televisión en unos folios que ella solo entiende, por ejemplo. El pisto de sus manos es uno de los potajes que nos deslumbran o un cocido en invierno nos viene de perlas. Amén de los consomés que son muy celebres, me encantan, o de los filetes de ternera o de pollo con pimiento, una delicia. Se molesta cuando las cosas no salen como ella quiere, sí, es una cocinera muy exigente. Pero esta señora castellana, es de Palencia, muestra su rostro más nostálgico y afable cuando menciona los platos que degustaba cuando era niña. Sin dudar, ni pestañear dice, las raspas de bacalao con patatas que hacía mi madre, rezonga. Sí, no de las patatas de ahora, me dice, sino de las patatas de antaño, de buen color y que sabían a gloria. Cuando menciona a ese plato materno su rostro se transforma, es más expresivo. Se emociona hasta las lágrimas. Mila es más tierna por un breve tiempo ¿Qué se le pasará por la cabeza? Es un punto proustiano que tiene mi suegra. Sí, como el personaje de “En busca del tiempo perdido”, al evocar las magdalenas que tomaba en el desayuno. Por estas y otras razones, trato de no fallar ningún domingo a sus comidas.

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