Hay que repensar la democracia. Es el clamor de la ciudadanía en diferentes continentes. Cuando las decisiones se toman al margen de la ciudadanía genera un gran malestar, reproches e insultos hacia los elegidos a representar la soberanía popular. Es la indignación ante una injusticia y, muchas veces, esa ira se entiende porque es impotencia. Esa distancia entre las decisiones de los representantes y representados desde hace mucho tiempo es una brecha que se abre más y no hay quien lo suture. Cuando se escucha que un político o política habla en nombre de toda una nación o de los intereses o el bien común te produce un shock. Está invocando en nombre de la mayoría. Eso no es democracia, es una imposición. Muchos que provienen de la cultura autoritaria esos gestos le vienen como anillo al dedo, suelen gobernar con mayorías. Pero cuando el mandato les obliga a negociar se sienten como rana en pozo ajeno. Trastabillan, dan tarascadas a diestra y siniestra. Cuando en un país como España (o puede ser cualquier otro en democracias de intensidad baja) hay casos de corrupción que afectan, seriamente, al partido que puede tomar las riendas del gobierno este debe dar un paso al lado. Primero, debe regenerarse y luego volver a la palestra. Pero no lo entienden así, es más, se sienten que tienen derecho a gobernar por los votos insensibles a la corrupción en las urnas. Este partido, el partido conservador en España, ordenó destruir un ordenador con información que afecta a un caso penal, de corrupción, y siguen tan panchos como si no hubiera pasado nada. Los casos judiciales que abruman a este partido están tomando tonos de película de gánsteres. Es muy triste.