Mi insomnio

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Luego de, cual Pulgarcito paseandero, dar vueltas alrededor de 2,400 segundos en un punto a 31 minutos de Iquitos, el avión aterriza en la capital loretana y veo al escritor Roberto Reátegui mirar a los costados y a su costado estaba Mávila Huertas y varias personas con instrumentos de filmación. Algo están haciendo para la televisión nacional, digo. Ya en la espera del equipaje los saludos van y vienen y, aún entusiasmado por los logros del periplo, suelto el nombre del último libro de Miguel Donayre y Mávila suelta una sonrisa maravillosa para mostrar su alegría por el título: “El insomnio del perezoso”. “Qué bacán”, exclama con la misma voz que todos los días, de lunes a viernes, nos narra las noticias a las 10 en punto de la noche.

Por estos días, confesión de parte, no me entusiasma escribir sobre política y políticos. ¿Saben por qué? Pues veo mucha mediocridad, mezclada con egoísmo y una fuerte dosis de egocentrismo que, eso me desanima aún más, es la repetición corregida y aumentada, de lo que ya padecimos en esta tierra hace un siglo. La política, esa actividad maravillosa donde la ayuda al prójimo ocupa un primerísimo lugar, está de capa caída. Y aún en ese estado hay quienes la quieren dar una aureola de decencia pero mueren en el intento. No digo que la debamos excluir de nuestras actividades. Absurdo fuera. Pero por lo menos en estos días de jet lag y de horarios entreverados había decidido prescindir de sus avatares. Y dedicar un poco más de tiempo a las cosas profundas, sin perder la coyuntura, claro está.

Es decir, ocuparse de los damnificados pero planificar qué hacer con el crecimiento urbano de la ciudad. Mirar a los ahogados pero administrar de mejor forma la naturaleza. Machacar sobre el último lugar en comprensión lectora pero elaborar un esquema que dentro de un quinquenio nos desaloje de ese puesto. Combatir la rabia, si prefieren la analogía, sin matar al perro. Escribir sobre lo cotidiano pero sin perder de vista lo duradero. Encontrar la fórmula casi secreta de vivir como reportero de la calle sin perder la capacidad de análisis y no detenerse ante la caída de los árboles sin mirar cómo se destruye el bosque. Ustedes me entienden, al menos eso creo.

En todo esto ando, y eso que no les hablo de la permanencia en la televisión, y me doy con una realidad: la época del caucho no es conocida como debe ser. Y aún más, quienes en los últimos años han escrito sobre ella son, el orden de los citados no altera la calidad de los mismos, Ovidio Lagos, periodista de Rosario, Argentina, quien ha elaborado un texto sobre la vida de Julio César Arana que pronto estará reeditado por Tierra Nueva. Otro es Javier Juárez, periodista de la televisión española que ha novelado sobre la vida de Alfonso Graña, un gallego que vino a Iquitos y se convirtió en el rey de los jíbaros y tiene actualmente un hijo por el Alto Amazonas. Y entre los nuestros, Percy Vílchez ha puesto los textos a unas fotos tomadas por quienes recorrieron el Putumayo allá por 1912 y a la que ha puesto el subtítulo de “imágenes del terror”. Y Miguel Donayre, otro de los nuestros, solo que desde el exilio ha escrito una trilogía sabrosa al estilo novelesco denominada “El insomnio del perezoso”. Todos de la época, del caucho quiero decir. Ese período que vivió la Amazonía peruana y que fue de exterminio de la raza y, me temo, que de exterminio de nuestra memoria. Tanto en novela como en ensayo esa época se está escribiendo pero falta mucho más. Falta que nuestras generaciones conozcan y comprendan ese período de nuestra historia. Si no sucede nunca podremos salir del hoyo, eso es lo que pienso. Y en medio de esta incertidumbre una llamada me saca del insomnio.

Es la de Roberto Reátegui, escritor y periodista que radica en Lima pero que tiene impregnada la historia amazónica –como que los dos últimos libros que ha escrito, uno aún inédito- para contarla. Él me llama y me muestra su entusiasmo por los libros editados por Tierra Nueva y me entusiasmo también, al menos eso creo. Y sí estoy convencido que seguiré en insomnio mientras no se difunda como debe ser esa época en la que los nuestros fueron sometidos ante la mirada adormitada de los de siempre. Ese es mi insomnio y ojalá alguna vez llegue a conciliar el sueño. Ustedes me entienden.