By Filiberto Cueva

Un amigo muy querido acaba de marcharse de este mundo y no he estado ahí para despedirlo. Tampoco he estado ahí para acompañarlo en sus últimos días de vida. La última vez que hablé con él fue en abril del 2015 y fue a través del teléfono. Recuerdo que me dijo que estaba contento porque en su trabajo lo habían ascendido y eso significaba para él un incremento en el salario y aunque parezca contradictorio, menos horas de trabajo, pero sí más esfuerzo y energías a la hora de liderar su próximo equipo de trabajo. Quién iba a suponer que después de aquel día, no íbamos a hablar más.

Fue hace unas semanas que me enteré por su muro de facebook que se encontraba hospitalizado, y no porque él lo contara, sino porque una de sus hermanas había entrado en su cuenta y escrito un mensaje en atención a todos sus amigos dejando el número de teléfono de su madre, a quién llamé tan pronto como pude. Muy triste me dice que su hijo se encuentra en cuidados intensivos, y que aunque está preparada para lo peor, aún conserva la esperanza.

Intento animarla. Pero no lo consigo. A todas mis palabras ella solo dice gracias. Termino por entender que las palabras de consuelo no siempre lo son. A veces el silencio es la mejor señal de respeto y consideración para con el dolor del otro.

Recuerdo que su hijo, mi gran amigo, me acompañó un día cualquiera hace más de 08 años a buscar una farmacia como a las 2 de la mañana. Una de mis hermanas tenía un dolor de cabeza que no le permitía dormir y necesitaba un analgésico. Él – cual si fuéramos a la conquista del mundo – no se hizo ningún problema en salir de casa a esa hora y caminar conmigo. Éramos dos aprendices de  la juventud, despidiendo la pubertad.

Dos años después, yo me cambié de ciudad, pero la comunicación estuvo presente. Eran correos electrónicos de ida y vuelta. Es increíble estar al tanto de la evolución y crecimiento de la otra persona sin tener que verla.

Pero es increíble también – por no decir triste y doloroso – enterarte de la partida de ese amigo casi hermano, sin tener que estar ahí para despedirlo. Sin embargo desde aquí, quiero decirle que siempre que escucho “Rezo por vos” de Charly García, yo también lo hago por él. Aunque probablemente él lo esté haciendo por todos los que lo extrañamos desde aquí.

Aquella vez que comunicamos – abril del 2015 – se mostraba tan contento. Tan presto a salir a la conquista del mundo como si hubiera que salir de casa a las 02 de la mañana para ir a buscar un analgésico.

Me queda muy claro que en donde se encuentre está dando a la mano a quien necesite ayuda, y un fuerte abrazo a quien necesite consuelo.