Sentado frente a la computadora pasa por mí cabeza sobre qué escribir. Hace unos días asistí a la presentación del libro de José María Chema Salcedo “Inútil es decir que te he olvidado” y se me viene a la memoria algunos recuerdos de mi infancia y adolescencia más aún cuando la casa en la que viví 35 años de mi vida está por venderse pues así fue el pedido de mi abuela a la que extraño tanto.

Y difícil no derramar varias lágrimas cuando aquella casa ubicada a mitad de cuadra de la calle Bermúdez frente a la plaza 28 de julio desparecerá cuando llegue el comprador idóneo. Fue en esas cuatro paredes en las que aprendí a caminar, hablar y hacer mis primeras mataperradas.

Mi madre no quiso que tuviera más hermanos y fue por ello que terminé siendo hijo único. A pesar de ello tuve varios primos hermanos y sin duda muchos amigos de infancia y colegio, sobre todo en la etapa de la adolescencia, todas ellas inolvidables.

Mi barrio reunía a los muchachos de la calle Bermúdez, Aguirre y la García Sanz.

Éramos de todas las clases. Los de la entonces llamada clase media y los de media baja. Sin embargo todos éramos de la misma clase porque así nos considerábamos. Solo nos dividíamos cuando de jugar a la guerrita con tira chapa se trataba. No existía el play station pero si un pedazo de madera, un gancho de madera, elástico blanco y las infaltables chapas, municiones que había de dos tipos: la chapa normal y la tablacha que servía para fusilar al enemigo. Ahí estábamos varios: el chino Chu, sipín Solís, el chato Antúnez, mañuco Rodríguez y otros más disparando a matar.

Y jodíamos a los colectiveros que se querían pasar de vivos, haciéndoles dar una vuelta al ver una billetera botada en la pista. Ver al tonto de cobrador ir detrás de una billetera que se movía jalada por un doble hilo. Todo para terminar viéndole a la cara y matarnos de risa con gestos obscenos.

Ni que hablar de los carnavales que precisamente fueron promovidos por don Waldo Guzmán en la legendaria calle Aguirre. Nuestras incursiones en el bar de la rocola con Luis pananini Navarro, hoy renombrado chef internacional y de su hermano Guillermo, guimo para los amigos, era para terminar escuchando todo el repertorio de la máquina musical. Imposible olvidar las primeras cervezas en “La Punta de Este” el bar de don Alfonso Chu, a quien lo convencíamos de vendernos una que otra cerveza siendo aún indocumentados.

Son inolvidables aquellos partidos en la García Sanz en la pista desnivelada que jugaba a favor de un equipo y viceversa. Eran tardes de domingos inolvidables, de sudar y rallarse las rodillas hasta decir basta.

Cómo olvidar a los amigos de barrio y colegio todos los 20 de junio departiendo un refresco y una torta. Imposible olvidar comiendo en casa de alguno de ellos y luego yendo nuevamente a comer en la mía.

¿En mi barrio no existieron mujeres? Claro que sí pero esas son otras historias llenas de inocencia y de romances. Tan solo basta recordar juegos como: a la mamá y al papá. O los ampay escondido en la que buscábamos escondernos con la más guapa del barrio.

Hoy son pocos los quedan en el barrio. Son pocos los de mi generación que están ahí, ni de las anteriores ni las que siguieron a la mía. Creo que solo en la García Sanz aún está la mayoría de los que mataperreábamos y jugábamos todos los domingos en forma religiosa.

Mi cuadra y mi barrio ya no son lo mismo. Casi todo ha cambiado. Algunos ya no están entre nosotros y otros hemos tomado rumbos diferentes. Pese a ello este es un pequeño homenaje a aquellos que se adelantaron y a todos aquellos que formamos parte de aquella generación hermosa de vecinos, amigos y hermanos, los de ayer, hoy y siempre.

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