Portar durante décadas la medalla a la mejor actriz viva de Hollywood puede llegar a convertirse en algo, digamos, carente de emoción. La propia Meryl Streep (Summit, Nueva Jersey, 1949) se permitió bromear sobre su condición de estrella incuestionable al recoger su tercer Oscar en 2012. “Cuando dijeron mi nombre sentí que podía escuchar a media América diciendo: ‘Oh, no. Ella, otra vez”, soltó la única intérprete que atesora 20 nominaciones, mientras sujetaba la estatuilla en el escenario.

Cinco años después, Streep recogía el Globo de Oro de honor a su trayectoria (que se sumaba a los ocho que ya había recibido durante la misma). Pero en esta ocasión prefirió regalar a los periódicos titulares en forma de elegantes mandobles verbales a Donald Trump. Sus palabras merecieron el inevitable decreto en 140 caracteres del presidente tuitero, que la llamó “lacaya de Hillary” y “una de las actrices más sobrevaloradas”. El discurso se hizo viral y proporcionó a Streep su hueco de honor en la diana de la ira republicana.

“Atacarnos es fácil y genera mucha atención”, reconoce Streep, en un encuentro con un grupo de periodistas en Londres el pasado día 11, con motivo del estreno de Los papeles del Pentágono, antes de las nuevas marchas de las mujeres que este fin de semana han sido convocadas contra Trump en numerosas ciudades, al cumplirse un año de la investidura del presidente estadounidense.

“Podemos ser percibidos como frívolos, con nuestros nombres escritos con grandes letras iluminadas. Todo eso, la parte más tonta de nuestro trabajo, nos convierte en idóneos para ridiculizar. Pero ahora asistimos a una coalición de Hollywood con otros muchos grupos desautorizados por el presidente. Con la comunidad artística, con los medios… Eso va a ser una alianza muy poderosa”.