Madre de Dios ¿orden y progreso?

Cuando uno toma un vuelo a Puerto Maldonado, debe pasar por Cusco. Entre este y aquel, median unos 25 minutos por aire. Los aviones van repletos de extranjeros, que hacen el trasbordo y comentan su ilusión por conocer la selva, por descubrirla y quererla.

Cuando se llega al Aeropuerto Padre Aldamiz – terminal que parece no haber sido tocado por la mano mágica de la modernización que sus pares en otras ciudades –  el gran número de turistas son recogidos por buses de compañías que brindan servicios de alojamiento, colocados en botes  e internados en albergues de calidad superior, en medio de uno de los espacios más bellos del planeta. La selva en Madre de Dios es casi un recordatorio de que aquella tesis de León Pinelo, quien en 1651 ya sostenía que el Paraíso del Génesis estaba ubicado en la Amazonía.

Sin embargo, esos turistas, que desembolsan una buena cantidad de dinero por acceso a la felicidad en el centro neurálgico de la biodiversidad en el Perú, no toman contacto con las poblaciones. Puerto Maldonado, capital departamental, parece abandonada por el Estado. Aún atrás de ella, se construye la carretera Transoceánica. Las cosas tienen un precio mayor que el usual. Luego de los últimos incendios que afectaron la sede del Gobierno Regional, se han improvisado oficinas en colegios de la ciudad, que carecen de mobiliario, tecnología, con personal poco adecuado y capacitado para la labor en que ha sido colocado. La conexión vía banda ancha es altamente deficiente. La capacidad adquisitiva es bastante precaria en el poblador promedio.

Evidentemente, hablo de la capital de una región amplia, en la que el sector poblacional rural es bastante amplio. En medio de esto, los beneficios del turismo no llegan, la pobreza es amplia, casi estandarizada, la cual se encuentra dentro del panorama de la minería y la actividad forestal, dos de las actividades económicas principales en Madre de Dios.

El dinero que pierde la región por canon que no se recauda debido a la minería ilegal es bastante importante (se habla de aproximadamente 80 millones de soles).  Al año pasado se habían deforestado más de 20 mil hectáreas, una barbaridad de espacio. Los niveles de mercurio en los ríos, la contaminación es bastante severa en los bosques. Hay un nivel muy amplio de enfermedades vinculadas con esta irresponsabilidad y negligencia cuasi criminal. La presencia de dragas ilegales es considerable. Las fronteras son enormes coladeras por las cuales se genera todo tipo de tráfico o contrabando.

Más allá de la situación puntual generada por este tipo de bribonerías o perjuicios, el problema social es bastante complejo. Se estima que más de 30 mil personas están directamente involucradas en el tema minero, mientras que el 70% de la actividad económica se mueve dentro de estos niveles en Madre de Dios.

Las consecuencias sociales que se han generado a partir de los procesos ilegales son muy amplias. Los niveles de prostitución, esclavitud infantil y supresión de los derechos laborales básicos en este lugar exceden algunas imaginaciones. No hace mucho, un informe periodístico de Dánae Rivadeneyra descubrió la metodología en que operaba una mafia que se dedicaba a traficar con la libertad sexual de mujeres o menores de edad con total impunidad. Evidentemente, la corrupción mueve sus hilos en todos los niveles y sectores, de modo casi asfixiante.

En esas circunstancias, se han intentado avanzar propuestas y planes que desde el diálogo, la gestión o la planificación puedan mejorar la realidad. Hace un tiempo se manejó un proyecto que partía de la iniciativa Respeta a mi Madre: un gran memorial dinámico, desde redes sociales, para alertar las consecuencias de la contaminación y plantear iniciativas de gobierno a los entonces candidatos presidenciales para sostener el tiempo soluciones integrales, eficientes y sin un costo social elevado. Por el actual partido gobernante, se pronunció el entonces vocero de Gana Perú, posteriormente Ministro del Ambiente, Ricardo Giesecke. Lamentablemente todo esto quedó como que desbordado por la burocracia, por la imposibilidad de chocar con intereses, por la indiferencia, por el paquidérmico andar de la gestión pública.

En Madre de Dios parece que no existe el Estado en muchos aspectos.

Ahora, ya hay un costo sangriento y cruento: Tres muertos, treinta y ocho heridos. Caos y pérdidas económicas.

Lo que acaba de suceder en Madre de Dios esta semana daba vueltas como un ave de mal agüero desde mucho tiempo atrás. No porque fuera justificable, necesariamente, sino porque las señales de un estallido social de consecuencias estaban allí, a flor de piel, esperando la fricción, el pretexto, el punto de no retorno.  Acaban de estallar, de un modo brutal e intenso, como una consecuencia que se ha ido incubando en el tiempo ¿Por qué?

La militarización, el endurecimiento del gobierno ante la protesta no necesariamente es una solución. Como vemos, es posible que haya una gavilla de intereses concretos que no quieran la formalización, que se resistan ampliamente a seguir operando en las sombras. Ante ellos, hay que ser enérgicos y no tener contemplaciones. El nivel de dolor y explotación que han promovido para beneficio propio es intolerable.

Pero, detrás de estas hordas fenicias, existen humildes gentes, que moran en condiciones dramáticas, que no son incluidas en el boom turístico, que apenas pueden vivir de aquello que justamente fomenta la depredación y la destrucción del ecosistema. Para ellos, la noción de orden y progreso que se plantea, desde lejos, les parece inasible, irreal, tan solo temporal. Esa idea flota como un anticipo de que se deberá volver a empezar y que en esas circunstancias, como siempre, el Estado no estará presente, se hará de la vista, tirará y seguirá jalando del ovillo con sucesivos gobiernos. Que detrás de esta idea tan arquetípica como incierta anida solo aire, humo, palabras o papeles firmados que se los llevará el río de la amnesia oficial.

Lo más urgente es volver a incluir a Madre de Dios dentro del Perú, en forma sostenida y, sobre todo, honesta. Convocarla. Darle una verdadera oportunidad.