Estos últimos días de la prensa -como ayer sucedió por los caucheros y barones- ha reaparecido el estilo majadero en el que gasta sus no pocos recursos una señora que cree que agasajando a unas e insultando a otros va derrotar a los varones del periodismo que somos muchos y machos, sin ideología de odio ni de género sino con la convicción del oficio, como -a su manera- nos recuerda Mónica Delta

«La elección de la capital de la Amazonía peruana, como puerta de entrada al Perú, no fue gratuita. Durante la lucha contra la nacionalización, luego de los mítines de Lima, Arequipa y Piura, planeamos un cuarto en Loreto, de donde recibí pedidos para hacerlo. El APRA y el gobierno desencadenaron entonces contra mí, en Iquitos, una campaña descomunal, y, strictu senso, literaria. Consistió en denunciarme por las radios y el canal estatal como difamador de la mujer loretana, por mi novela Pantaleón y las visitadoras, situada en Iquitos, de la que se reproducían párrafos y páginas que se repartían en octavillas o se leían en los medios, acusándome de llamar a todas las loretanas, visitadoras y de describir sus enardecidas proezas sexuales. Hubo un desfile de madres con crespones negros y el APRA convocó a todas las embarazadas de la ciudad a tenderse en la pista de aterrizaje para impedir que se posara el avión en el que llegaba «el sicalíptico calumniador que pretende ensuciar el suelo loretano». Para remate, resultó que en la única radio de oposición loretana, el periodista que me defendía (con un lenguaje parecido al de mi personaje novelesco el Sinchi) creyó que la mejor manera de hacerlo era mediante una apasionada apología de la prostitución, a la que dedicó varios programas». (El pez en el agua, pag. 81. Mario Vargas Llosa).

Hace algunos días me escapé hacia -para estar con Daniela de Fátima y Carlos Maurilio y Mónica Marina, mis hijos y esposa- Lima y me topé en la biblioteca familiar con  las memorias/novela de Vargas Llosa y ante el párrafo transcrito arriba fue difícil no volver a los años finales del gobierno de Alan García -a quien el Nobel de Literatura 2010 en ese mismo libro cataloga como «joven, desenvuelto y simpático (…) un hombre inteligente, pero de una ambición sin frenos y capaz de cualquier cosa con tal de llegar al poder».- y todo lo que hicieron los apristas para impedir que el escritor se convierta en Presidente de la República. Sabemos que los apristas tienen métodos para la guerra sucia que en algunas oportunidades permite que sus opositores pierdan y con ello el país. Sabemos que los apristas en algunas cosas prefieren que pierda el país. En esa escapada hacia la capital también me permití una escapada literaria. En un par de días he leído -releído es lo más exacto- mucho más que durante los dos últimos meses que radico en Iquitos. No sé exactamente por qué sucede eso. No lo sé.

Pero ya de vuelta -con la nostalgia de la lejanía familiar- me encuentro con los últimos días de la prensa en Iquitos y es como si estaríamos en 1987 y los años sucesivos. Los métodos son los mismos, han cambiado en algo los francotiradores. ¿Habrá sido así cuando caminaba por las calles de Iquitos un hombre de nombre Juan Saldaña Roca? ¿Habrá sido así cuando se paseaba por el Malecón Tarapacá un diplomático homosexual que no ocultaba sus preferencias sexuales en plena vía pública? ¿Habrá sido la radio que llevó la comunicación a los pueblos más remotos pero también las desviaciones más retrógradas de la sociedad con ese aparatito tan pequeñito pero tan dañino? ¿Habrá pensado Jaime Bauzate y Meza que la existencia de un diario puede servir para que la miseria humana encuentre un órgano de difusión? ¿Las autoridades de antaño utilizaban semejantes métodos para combatir a sus adversarios y no cesar en el intento de contratar sicarios mezclados con mercachilfes? Todas estas preguntas siempre tienen una respuesta afirmativa pero esperanzadora. Esa esperanza es la que -creo- nos mantiene en la ruta.

Los practicantes de la guerra sucia siempre existirán no sólo porque de todos modos encuentran quien los financie sino porque son necesarios para la supervivencia de los que estamos en la otra orilla. Si desaparecerían estoy seguro que la vida adquiriría características monótonas que culminaría con un aburrimiento fatal. Estos últimos días de la prensa -como ayer sucedió por los caucheros y barones- ha reaparecido el estilo majadero en el que gasta sus no pocos recursos una señora que cree que agasajando a unas e insultando a otros va derrotar a los varones del periodismo que somos muchos y machos, sin ideología de odio ni de género sino con la convicción del oficio, como -a su manera- nos recuerda Mónica Delta en su última columna cuando señala que: «Abajo las trincheras de odio. Las opiniones siempre serán subjetivas, pero los argumentos deben ser veraces y los datos comprobables (…) Habrá seguidores y detractores, pero no podemos perder nuestro centro de gravedad. No estamos permitidos de caer en el simplismo de la descalificación y el insulto. Usemos el razonamiento para responder, sin perder la paciencia. La libertad de opinión debe respetarse por sobre todas las cosas, pero de verdad, verdad, no tenemos derecho a aprovecharnos de la desinformación y de la ignorancia, al darla. Aportemos al debate, no destruyamos la esperanza de vivir en una sociedad más igualitaria en la que tratemos con respeto al otro, por más diferente que sea».