Los riesgos de la vaciante

Cuando el célebre pero angosto río Sena creció como nunca,  todo París pagó  el pato. Era 1910 y las autoridades de ese entonces vieron candela ante los tantos desbordes como de  las alcantarillas y los túneles de los metros. La navegación se hizo un ejercicio alucinado y no respetaba los segundos pisos de algunas casas. La inundación fue entonces universal en la ciudad luz, que nada tiene que ver con el servicio eléctrico que casi no presta la empresa del rubro en Iquitos. La cosa fue peor porque las  sorprendidas autoridades parisinas no tenían mayor información sobre cómo  actuar durante la merma o vaciante.

Eso pasa por acanga, también, pese a que nuestros ríos descienden cada año luego de los temibles y terribles crecientes.   Es que es difícil conocer lo que ocurrirá mientras las tantas aguas se retiran a su cauce, a su lugar. La merma es la estación de regreso a lo de siempre,  y en ese momento van  desapareciendo los damnificados de las altas aguas, las carpas que albergan a las víctimas y los albergues provisionales que son los muchos colegios, pero la cosa no acaba allí. Los riesgos de calamidades están latentes y no  estamos libres del estallido de una plaga, por ejemplo.

Pero lo más grave es la desaparición de productos que habitualmente vienen del campo. Ello trae  consigo el alza de esos productos que integran la canasta familiar.  Así las cosas,  la merma es una creciente de cifras y de precios.  Entonces todos y todas pagamos el pato de la inundación. Y en soles. Y con nuestros sueldos, si es que eso existe en un mundo donde el desocupado es una entidad en crecimiento y expansión. En serio escribiendo, ignoramos si en alguna parte, allá lejos o acá  cerca,  existe un secreto plan de contingencia para capear la merma. ¿Dónde estará semejante invento?