El hombre de otro linaje, César  Acuña, tan pronto supo que estaba en el segundo lugar, decidió invertir los 56 millones de soles que ganaba al año. Hay plata como cancha, había declarado hacía  mucho tiempo y, en efecto, había dinero por todos lados y así entregó 100 soles a cada individuo que encontraba en sus recorridos diarios por diferentes lugares del país. Luego entregó 200 soles a los que dirigían los comedores populares para que dotaran de una mejor alimentación a esos lugares. Después entregó 500 soles a cada mujer pobre que le visitaba en su tienda de campaña.

Las encuestas entonces le acercaban peligrosamente al primer lugar. Fue ahí que comenzó a entregar 5 mil soles a todo aquel equipo de futbol que quisiera mejorar su condición en cualquier campeonato. Al hombre del linaje distinto le faltaban manos para entregar otros 5 mil soles a todo taxista que pasara cerca. Entregó 5 mil soles a los vendedores de mercado para que bajaran sus precios y así beneficiaran a la mayoría de la población que apenas tenía para el diario. El pueblo se sintió rico por primera vez y siguió optando por el hombre de la raza distinta. Las encuestas cambiaban diariamente y era Acuña siempre el que avanzaba, mientras que los demás se mantenían en sus lugares o descendían en picada.

Cuando don César Acuña arribo a Iquitos estaba ya en el primer lugar. En esa ciudad se apoderó de los principales platos ofrecidos por otros candidatos y convidó un café con pan, un sopón motocarrero, un aguadito solidario, un cebiche de camaradería y juanes a montones.  En todas partes comió sin fijarse en su digestión y luego regaló 1000 soles a cualquier persona que le estrechara la mano. Fue así como, regalando dinero a manos llenas y comida,  el hombre de la raza distinta alcanzó la presidencia de la república del Perú.