Los países latinoamericanos que fueron conquistados ya sea por ingleses, portugueses, españoles o cualquier otro europeo tienen bastante mezcla cultural ya que antes de ser colonias fueron propios hijos de la tierra. Cada ser humano guarda estrecha conexión con cada átomo de este planeta y del universo completo; sin embargo,  producto del egoísmo y la codicia, vicios tan antiguos como la manzana de Adán, el hombre olvidó su vínculo con el todo y la nada. “No se llora en leche derramada”. Muchas personas cuando pasan por algún dilema vivencial  esperan que la solución llegue de manera divina, como un milagro, no se dan cuenta que el milagro sucedió desde antes que nacieran, desde antes que sus padres lo concibieran, desde mucho antes de que se conocieran y la solución está frente a sus ojos, de la forma más natural posible, de pronto mediante un cartel en algún centro comercial, o algún consejo del prójimo o en un diálogo ajeno a él y que justo lo escuchó cuando caminaba por ahí, o en alguna frase bibliográfica del libro de mesa. Es como aquella parábola que cuenta la historia de un hombre en una ciudad caribeña que estaba por inundarse  ya que el mar se había desbordado, este hombre estaba en el tejado de su casa porque la primera y la segunda planta ya estaban bajo el agua, se sentía tranquilo debido a que era católico y presentía que Dios vendrá a rescatarlo, la confianza que tenía en aquel milagro se basaba en una vida conservadora, sin excesos , hasta el punto de la rutina sin expectativas de nuevas experiencias, todo eso porque “así lo quiere Dios”. Mientras el hombre esperaba que baje la nube con destellos de sol llegaron ocho deslizadores a distintos tiempos para socorrerlo, lo mismo venían haciendo con las demás personas en peligro, pero a diferencia del resto, este señor no se quería embarcar, les pedía que lo dejen solo, que Dios vendrá por él; este hombre y su fe aguantaron hasta minutos antes de la media noche, momento en el que el mar les alcanzó y les tragó, todos se salvaron, menos él. Cuando le tocó entrevistarse con Dios le dijo: ¿Señor, yo que te tuve tanta fe, a comparación de mis vecinos, porque dejaste que pereciera? – a lo que el barbón le contestó: “Cumpa, te mandé casi como dos manos de embarcaciones a tu rescate y a ninguna quisiste subir, ¿qué esperabas, una nube voladora?, eso se da sólo en películas o en dibujos como Dragon Ball”. Nuestra vida, depende de nuestra concepción de la misma, si se sigue pensando que un agente externo puede influir en nuestro futuro, constantemente nos veremos embargados de situaciones extremas y no las sabremos conllevarlas. Nuestra educación se basa en conocimientos de occidente, el cual es bueno pero no del todo eficaz, este saber viene con grandes cucharadas de estrés, vanidad, ansiedad, depresión, consumismo, enfermedades crónicas, corrupción y demás manzanas amoratadas con gusanos. Los de la selva tenemos un saber trascendental, mucho más profundo, por ejemplo, la comunidad ancestral de los Jíbaros, verdaderos guerreros, viven en medio de la selva y no necesitan del dinero para el día a día, el ambiente les brinda todo, carne, frutas, hortalizas para alimentarse; cortezas y tintes naturales para vestirse y adornarse el cuerpo para distintas actividades; madera y hojas para protegerse, a la familia y a la comunidad y otros presentes que otorga la Providencia a aquellos que la valoran, la respetan y viven en comunión con ella; nuestros hermanos los Jíbaros no están llorando cuando algo no les salió como lo esperaban; nosotros nos sentimos desprotegidos con la mínima lluvia que nos agarra en medio viaje hacia algún compromiso importante y ellos cuando van de caza en media selva virgen a cientos de kilómetros de su comunidad acampando sobre una pequeña carpa echa con ramas y hojas secas no tienen ni pizca de ganas que lo vengan a engreír,  cuando una lluvia torrencial destruye el improvisado resguardo, siguen adelante porque son guerreros y no lloran en leche derramada, son consientes que en momentos de crisis aflora sus potencialidades; adoptemos más costumbres recias de hombres ásperos como los Jíbaros y dejemos de comportarnos con tanta debilidad occidental, menos tallos más raíces amazónicas.