Una avalancha de visitantes venezolanos vino a  Iquitos este fin de semana. Los turistas no estaban ávidos de los cuatro días bailables a la semana, de los frecuentes espectáculos de los forados callejeros, de las habilidades de los políticos de toda filiación, de las guerras de los motocarristas contra el orden y el buen funcionamiento, de la sobonería increíble de los señores consejeros, de las deudas impresionantes de Fernando Meléndez y de otras hazañas más. Lo único que querían era comprar huevos. Como es sabido el señor Maduro aumentó el sueldo básico de los llaneros. Ese ingreso, sumados y restadas las cifras, solo da para adquirir un huevo. De gallina, se entiende con toda lógica.

Como la producción de ese bien va viento en popa en nuestra ciudad, los venecos decidieron invertir su sueldo básico en un potente huevo charapa que les permita por lo menos tener asegurado un huevo frito en los próximos meses. O que les haga soñar con una posible gallina para dentro de poco si es que lo permite la incubación de ese único huevo. Demás  está  decir que esa compra  multitudinaria fue muy importante para el sector que se dedica a hacer parir a las gallinas en Iquitos. Otra cosa son los gremios dedicados al rubro que han protestado por la subida de precio de los insumos que desembocaban en la producción de huevos. Los huevos de todas maneras están bien puestos en esta ciudad que  a ese paso de venta pronto alcanzará una nueva denominación.

La influencia de los compradores venezolanos se dejará sentir, sin ninguna duda ni murmuración,  en la vida cotidiana y la bella ciudad fronteriza podrá convertirse en el término de la distancia en el emporio de los huevos, los huevazos, los huevofritos, los huebertos y los huevones