Nada en exceso es bueno, a eso se suma que una vida lineal, al estar próximos a los últimos kilómetros de recorrido, brinda la sensación de insatisfacción, como que se hubiera podida hacer más, uno se siente aburrido, quisiera volver a ser muchacho. Por tal, el doctor Gustavo Terrones, psiquiatra particular de Joaquín Torres, recomendaba a éste su cliente, paciente, amigo y cómplice, a que no se autoflagelara tanto cuando le acontece, en contra de su voluntad consciente, una expresión repentina de su inconsciencia. Hábleme a buen cristiano pues mi amigo Freud de la Selva. Dicho en otras palabras, cuando te embotas con tanto whisky, con tanto ron, con tanta chela en algún tonito social y terminas haciendo tremendo espectáculo bien producido digno de televisión basura; no te sientas bastardo al día siguiente, mientras cumplas con tus responsabilidades terrenales y tengas en claro que el único quién te mide y te juzga eres tú, la cinta de la película no se detendrá, el mundo no terminará al día siguiente por tus ideas resaqueadas, sé mas asertivo con tu medida. De esa manera ando más tranquilo alucinen, comentaba Joaquín acompañado de dos morenitas lindas, a Salomón Puentes, a Maya Diaz y a Javier Padilla mientras se tomaban unas cervecitas en un aposento pintoresco al estilo cultura popular del oriente frente al lago Moronacocha. De pronto, Maya saca de su cartera una carta de amor que la quiere recitar a su mesa, Javier, macho alfa poco flores en público, dice que no y se sostiene en que ya terminaron las heladas y que se van. ¡Un octavo de cervezas señorita!, la camarera se queda lela sin entender, Maya capta y reedita su mensaje, dos cervecitas más por favor que con un par basta para entonar unas cuántas líneas; de esa manera Maya piel canela empezó, sin hipos, a recitar.

“César se acercó a la ventana a contemplar la lluvia del otoño oriental, se le notaba nostálgico y meditabundo, me contaba cómo conoció a Valentina su primer y único gran amor, su rostro desencajado y las lágrimas en sus mejillas expresaban el profundo dolor que sentía por su ausencia. Con voz quebrada me decía que aún no alcanzaba comprender como es que Valentina se alejó de su vida después de tantos años de amor y felicidad juntos, mientras un rio de lágrimas recorría su rostro dando la impresión que las lluvias de otoño brotaban de sus ojos. Su hondo penar recorrió y estremeció todo mi cuerpo y decidí dejarlo sólo, con sus recuerdos; mientras me alejaba, lo escuché entonar unos versos frágiles de un amor sin retribución: “¿Dónde estás amor? Me ves y es como que te fuiste sin decirme la razón de tu indiferencia y desamor, dime qué nos paso? Regresa Valentina que mi único y gran amor eres tú. Ven amor te necesito, necesito tus abrazos cálidos que me llevaban a un lugar seguro, ven, bésame, quiero sentir tus labios húmedos, ven amor y recorre mi cuerpo con tus manos recias, ven, susúrrame al oído suavemente. Unamos nuestros cuerpos bis tras bis en este cuarto que guarda los recuerdos de las fantasías vividas, de los gemidos que quedan en estas cuatro paredes. Ven amor y envuélveme de tu pasión, grita mi nombre en el final de tu excitación.” Quizá porque son las 5 y media, quizá porque la tarde está de tono dorado, o quizá porque ya la espuma gorgotea en cada fuente mental, a todos los amigos les gustó lo que escucharon, incluso a Javier. Pagan la cuenta, se despiden y cada uno a sus respectivas labores.

La carta de amor fue compuesta por Mary Michelle Verástegui Huamán estudiante de Psicología de la Universidad Científica del Perú, miembro activo del Círculo de Estudios de Psicología DROMUS-UCP.