No es casualidad que Elmer Cáceres LLica haya utilizado desde siempre en política su segundo apellido como sable filudo en campaña electoral. Siempre que se le ha hecho alusión al respecto, ha evocado a su madre, pero también a una actitud que lo ha empujado en su discurso: la revaloración de lo andino por sobre la influencia occidental. Una revancha que, a pesar de las conexiones e internet, de los moldes culturales tan trastocados y casi difuminados que harían creer que ya no existen esas diferencias o no son tan abismales, están tan presentes que en esta campaña electoral se impusieron.

No sólo se trataba de la “C” de Unidos Por el Gran Cambio, el símbolo que lo acogió para llegar al Gobierno Regional y que la utilizaba para relacionarla con LLica, en medio del apellido sino de potenciarlo por su procedencia migrante y asociarlo al perfil del arequipeño desde hace varias décadas. Disparar su apellido y mostrarlo como un valor mayor, compitió con sus denuncias de violación o lo “vergonzoso que resultaría tener un gobernador con esas fachas” y le ganó por lejos.

Hay temas escondidos como el racismo que por más que sean evidentes a luz de los hechos, es aún un discurso de trastienda que nadie aborda desde la magnitud de la reparación o el combate, e incluso la representación política: a esa lucha se le ha identificado como discriminación y en Arequipa hay harto de eso. Obviamente que también ha sumado un aplastante centralismo que ya fue una alerta con el triunfo de Yamila Osorio, pero que, debido al fracaso de su gestión, se potenció al extremo de encontrar en Cáceres LLica un reivindicador de esta furia latente, una venganza también escondida.

Y un tercer factor para el triunfo del “LLica” fue un mal candidato al otro lado. Un abogado venido a político con serias deficiencias de carisma, posición sobre temas neurálgicos y sensibles como la minería y por no saber desprenderse de los pruritos de pituco o pro chileno. Armas que según él eran todas campañas sucias, pero que lo dejó como llorón ante un ex alcalde de Caylloma que lo humilló varias veces en público y en quechua para el deleite de un sector que lo encasillaba como más de lo mismo. ¿Cómo no se han dado cuenta que hablar en quechua en la “ciudad blanca” iba a tener un factor determinante?

Algunos pensaron que los 83 casos de presuntos actos de corrupción que pesan sobre él o las tres sobre violación con testimonios expuestos en medios nacionales, detendrían su triunfo; se equivocaron pues potenció su victimización. Si ya por ser migrante, cholo y provinciano era tenerlo del quijote cayllomino, con estas denuncias asociándolas al poder minero al que tanto acusa, terminó por encúmbralo. Pero la campaña no ha quedado ahí, pues ya algunos predicen que será vacado en algunos meses, es cómo desdeñar el voto del “ignorante” que lo eligió, cómo si las urnas no están hechas para ellos y sólo algunos iluminados y blancos tienen la potestad de elegir a sus iguales.

Las denuncias de violación claro que pesaron sobre él!, si esto no hubiera sido así el triunfo no hubiera tenido sólo una diferencia de 90 mil votos. El problema mayor tal vez que tenga “El LLica” es que no se base en esta reivindicación necesaria en una sociedad muy conservadora como la arequipeña, pero que pase por una revaloración cultural, social y económica desde sus competencias y no sólo su indisciplina o, lo que él llamó “su juventud”, sea la que rija sus decisiones. Eso hará pensar en serio que no se trata de bromas o folklore sus artilugios ancestrales que pueden tener efectos potentes en campaña, pero que en gestión deben ser hechos concretos, en papel y en actuación.

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