Corría los últimos años de la década del 80. César Hildebrandt conducía un programa periodístico en RBC Televisión y un domingo cualquiera presentó en su espacio a Enrique Elías Larosa, exministro de Justicia del segundo gobierno de Fernando Belaunde que llegó a ese puesto por la alianza que hizo Acción Popular y el Partido Popular Cristiano. Los que seguíamos la política nacional nos sorprendimos porque entre el periodista y el político años anteriores se había desatado una guerra mediática debido a lo que en su momento se llamó “El caso GUVARTE” que adquirió notoriedad debido a que Hildebrandt hizo denuncias sobre la construcción de penales en todo el país y que, según sus investigaciones, tenía sobrevaloraciones. El líder pepecista incluso llegó a escribir un libro de respuesta a todas esas denuncias y donde, entre otras cosas, manifestaba que para un político era importante salir en los medios de comunicación y adquirir cierta notoriedad. Pero, aseguraba, no de la forma como la prensa en general y un periodista en particular le había dado fama. Es decir, eran enemigos públicos.

Esa noche del domingo que aún conservo en la memoria Hildebrandt comenzó narrando las discrepancias con el que fue Ministro y asegurando que era necesaria su versión de los hechos. Muchos años después del escándalo. Pero su versión, al fin y al cabo. Fue un diálogo esclarecedor y donde el pepecista expuso sus puntos de vista con la elocuencia que lo caracterizaba y el periodista escuchó la versión con el respeto que los periodistas debemos tener por la voz discrepante. Por algún anaquel de documentos itinerantes debe aún sobrevivir la versión magnetofónica y la transcripción de esa conversación. Porque en esos años universitarios me había impuesto la tarea personal de ver las entrevistas, grabarlas en cintas y transcribirlas para contagiarme del estilo y las particularidades de tamañas hazañas de la profesión.

En los meses previos a la elección presidencial de 1990 el periodista César Hildebrandt presentó en el programa dominical que conducía al candidato del FREDEMO, Mario Vargas Llosa. Antes de iniciar la conversación dijo a los televidentes que a él le contrataban para poner en apuros a los entrevistados y con la técnica que manejaba siempre dejaba mal parados a quienes invitaba a su programa. Pero, dijo, en esta oportunidad no podía apelar a esa característica porque –entre otras cosas- admiraba a quien había dejado la literatura para meterse a una campaña política donde se jugaba muchos intereses. De hecho que la conversación fue interesante y el tiempo que duró la misma se vio a dos personajes admirables conversando sobre temas diversos y se notaba la admiración de uno y la inteligencia de otro.

Y es que la profesión que abrigamos se nutre de claros y oscuros. Coincidencias y divergencias. Entrevistamos a los que comparten nuestros criterios y pensamientos y, también, a los que se ponen en orillas opuestas. Disfruto con ambos. Aunque si me pidiesen precisión diría que me agradan más las que hago a quienes discrepan de mis posiciones. Pero en ambos casos hay que tener mucho respeto hacia la opinión contraria. Algo que, lamentablemente, se ha ido perdiendo por diversas razones en el periodismo local. Principalmente porque los políticos creen que contratando a mercachifles que los defiendan están creando una nueva generación de periodistas cuando lo que están provocando es una manada que terminará devorándolos a ellos mismos. Y, con ello, echando al tacho algo tan elemental en esta linda profesión: la pluralidad.