“No hay fórmulas rígidas y recetas únicas para ponerlas en práctica. Forzar reformas liberales de manera abrupta, sin consenso, puede provocar frustración, desórdenes y crisis políticas que pongan en peligro el sistema democrático. Este es tan esencial al pensamiento liberal como el de la libertad económica y el respeto a los derechos humanos. Por eso, la difícil tolerancia –para quienes, como nosotros, españoles y latinoamericanos, tenemos una tradición dogmática e intransigente tan fuerte– debería ser la virtud más apreciada entre los liberales. Tolerancia quiere decir, simplemente, aceptar la posibilidad del error en las convicciones propias y de verdad en las ajenas”.

En medio de los enlaces desde Santiago y Lima previos a la lectura de la decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya me topo con este párrafo de Mario Vargas Llosa, nuestro Nobel y quizás uno de los representantes contemporáneos universales del liberalismo más lúcidos y confesos que dedica mucho de su tiempo a difundir este pensamiento a través de conferencias y publicaciones. Luego de hacer un recuento histórico de la evolución de la palabra liberal y sus diferentes aceptaciones según la geografía y el momento lo que más llama la atención es que termina llamando a la tolerancia. Con una frase sobre la verdad que parece sacada de la bibliografía de San Agustín: “aceptar la posibilidad del error en las convicciones propias y de verdad en las ajenas”. Más allá que el pensamiento liberal no tenga fórmulas rígidas y recetas únicas para llevarlas a la práctica, pues hacerlo sería caer en el peligro del desorden del propio sistema democrático lo que MVLl pide a los latinoamericanos que tenemos una tradición “dogmática e intransigente tan fuerte” es que tengamos la virtud de ser tolerantes para no descartar las posiciones contrarias.

Siempre estamos en búsqueda del error contrario y descartamos, como dirían los economistas –per se- la posible verdad del pensamiento del oponente. Cuando en verdad muchas veces la verdad está al otro lado y su encuentro serviría para fortalecer el desarrollo de la sociedad.  Propósito que, más allá de la verdad o el error, es lo que todos perseguimos. Releo ese párrafo y no sólo me detengo una y otra vez en las palabras sino que observo con cierta desazón cómo nos hemos hundido en las peleas bullangueras sin sentido. Hemos cedido paso al grito mediático y cada político sin ideas se encarga de contratar a un mercachifle de la palabra para denostar no el pensamiento contrario sino el comportamiento del adversario sin darse cuenta que el defendido usa igual o peores métodos que el supuesto atacado. Y quienes contratan a estos individuos en el colmo de la irracionalidad lo hacen en nombre de un estilo culto que dicen defender.

Si ser liberal, como dice un seguidor de Karl Pooper como es el autor de “El sueño del celta”, es estar convencido de la libertad económica y respeto a los derechos humanos envueltas en una dosis inseparable de tolerancia hay que confesarnos liberales sin que eso nos encasille –como lo demuestra la historia universal y local- en el comunismo, capitalismo, socialismo sino que nos haga respetuosos de las ideas ajenas en Iquitos y en cualquier parte del mundo.