Por: Róger Rumrrill, desde California

Las pandemias no siempre son enfermedades epidémicas que, como el COVID-19, se expanden letalmente por el planeta, por algunas regiones del mundo o países. Con frecuencia son ideológicas y políticas, sistemas de pensamiento, concepciones del mundo y de la vida. Como dice el  escritor y pensador italiano, Humberto Eco: “Una pandemia mucho más extendida y peligrosa es el neofacismo”.

Para los pueblos indígenas amazónicos las pandemias más devastadoras han sido y son también el racismo, la xenofobia, el eurocentrismo, la colonialidad del poder y del saber, de acuerdo a Aníbal Quijano, que han instalado en la Amazonía sistemas de opresión y explotación esclavistas con miles de víctimas.

El ciclo cauchero de fines del siglo XIX, un sistema precapitalista y esclavista, que costó la vida de más 50 mil indígenas amazónicos, de acuerdo a testimonios y documentos que cita el historiador de la república, Jorge Basadre, fue una pandemia.

Pandémica es la visión  extractivista, racista y colonialista que tienen las clases dominantes y el propio estado peruano sobre los pueblos indígenas amazónicos y la Amazonía. Un ejemplo de esta visión colonial sobre la Amazonía y los pueblos indígenas son las más de 18 mil leyes que se han dado para el “desarrollo” de la Amazonía que, en su mayoría, conciben e imaginan el espacio amazónico solo como una región de extracción de materias primas y a los pueblos indígenas como estorbos y enemigos del desarrollo y la llamada modernidad.

 

Las pandemias y “La Tierra sin Mal”

Una de las  utopías indígenas más famosas es “La Tierra sin Mal”que la hicieron conocer en el mundo académico y  científico el investigador de origen alemán Curt Unkel Nimuendajú en 1914 y el francés Alfred Métraux. El mito se funda en la histórica migración que iniciaron los tupí-guaraníes antes y después de la invasión occidental a la Amazonía en 1500 en busca de una tierra sin mal.

Pero también hay científicos sociales que plantean otra hipótesis: que las migraciones no eran sino fugas, estampidas y desplazamientos  de los  pueblos indígenas huyendo de las pestes, las epidemias y las pandemias que eran vistas como el fin del mundo.

La ocupación occidental de la Amazonía tuvo sus luces y sus sombras. Las  sombras más negativas y mortales tuvieron que ver con la salud. Los europeos trajeron enfermedades ante las cuales los pueblos indígenas no tenían sino una débil o ninguna defensa inmunológica.

 A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII hay registros de que la viruela, el sarampión, la fiebre amarilla, varicela, sífilis, disenterías, malaria, beriberi, diarreas, además de la violencia y el hambre diezmaron a la población indígena amazónica.

Pasados los siglos, aún no hay acuerdo sobre el total de la población indígena amazónica precolombina. Se habla de 7 a 10 millones de habitantes, en una cuenca continente de 7 millones de kilómetros cuadrados. Actualmente la población indígena amazónica se estima en un millón y medio de habitantes, correspondientes a 400 familias etnolingüísticas distribuidas en los 9 países que forman la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA).

 Que hayan sido 7 o 10 millones hace más de 500 años, lo cierto es que los pueblos indígenas amazónicos fueron masacrados y casi exterminados. Uncidos al yugo de la esclavitud para la producción del sistema extractivo mercantil impuesto por la colonia, diezmados por las enfermedades traídas por Occidente, arrasados sus pueblos, su organización social, sus sistemas productivos, su economía, su cultura y su vida, los indígenas de la Amazonía, desde los Tupinambá que originalmente habitaron el delta de Marajó en la desembocadura del Amazonas en el Atlántico, hasta los Chamicuro, los Andoa y los Iñapari en la Baja y Alta Amazonía del Perú, fueron desaparecidos, exterminados y con ellos su lengua. Su cultura y su memoria.

 

Los pueblos indígenas amazónicos de hoy: la  historia parece repetirse

 La situación de hoy, para la mayoría de los pueblos indígenas amazónicos del Perú (aproximadamente 350 mil), se caracteriza por mayores índices de pobreza, desnutrición y exclusión económica, social, cultural y política. El dengue, la malaria y el sida  son ahora los flagelos indígenas. Además de la amenaza del COVID-19. El extractivismo obsceno y desenfrenado de la actividad  hidrocarburífera, gasífera, de la minería aurífera, la neolatifundización de los  bosques amazónicos son ahora la nueva pandemia.

Con el agravante del cambio climático que provoca desastres en la Amazonía, que impacta severamente el sistema hídrico y los ecosistemas naturales de donde los pueblos indígenas extraen los recursos básicos para su alimentación y su supervivencia. A ello hay que agregar las megainversiones sobre la naturaleza amazónica y las tierras y territorios indígenas.

Para el pensamiento indígena el tiempo es circular. Pero esta circularidad, este retorno del tiempo pasado, es ahora una tragedia. Como si la historia colonial y la violencia y muerte del ciclo del caucho y otros ciclos se repitieran sin pausa.

La pandemia del COVID-19 podría generar y producir una catástrofe humanitaria entre los pueblos indígenas de la Amazonía dada su situación de pobreza, de desnutrición y abandono. Los informes del INEI sobre el mapa de la pobreza; los documentos de la Defensoría del Pueblo  llegan a conclusiones dramáticas y hasta trágicas: el mapa de la pobreza en el Perú tiene rostro indígena y sobre todo de mujer indígena.

Todavía estamos a tiempo de evitar esta catástrofe. El Estado peruano, la clase política y empresarial, el gobierno de Vizcarra tienen la oportunidad histórica de cambiar y modificar su mirada colonial sobre la Amazonía y los pueblos indígenas e iniciar un parteaguas, una inflexión.

Todo el mundo está reclamando esta acción. La FAO acaba de pedir un programa, una acción de emergencia para salvaguardar la vida de los pueblos indígenas, respetando eso sí su libre determinación, haciendo una consulta libre e informada y consentida y con un enfoque y visión de interculturalidad.

 

Una nueva utopía en el siglo XXI

Hemos sostenido siempre y ahora lo reiteramos, que los pueblos indígenas andino-amazónicos encarnan la nueva utopía del siglo XXI. Si en el siglo XX la lucha de los pueblos fue por los derechos humanos y la democracia, en la segunda década del siglo XXI a esos objetivos hay que sumar la centralidad de la lucha  por la Madre Naturaleza, la biocracia y la ecocracia.

La crisis global que ha provocado el COVID-19 convierten al pensamiento, los saberes, las prácticas, las cosmologías y las cosmogonías indígenas, su concepción cosmocéntrica, de reciprocidad y de espiritualidad, de sacralidad y respeto de la Madre Naturaleza, como los fundamentos de una nueva utopía a construir.

Porque tal como han venido señalando los pensadores y analistas, nunca más debemos retornar a la “normalidad” de un sistema económico que destruye a la naturaleza y al ser humano; que “hay que hacer realidad la justicia social y la justicia ecológica” (Alberto Acosta); “que hay que romper la idolatría económica” (Andityas Motos); que el COVID-19 está acelerando la transición de la hegemonía económica y geopolítica de Occidente al Oriente (China y demás países asiáticos).

Pero también el COVID-19 que “en un abrir y cerrar de ojos ha puesto al mundo patas arriba” (Luis Casado), tiene en estado de alerta y emergencia a la ultraderecha política y económica mundial que se prepara a defender su mundo de privilegios y riqueza a costa de la  pobreza y la injusticia con un mayor control biopolítico de los cuerpos, con un empeoramiento de la hiperindividualización neoliberal, afectando las libertades públicas, haciendo crecer el autoritarismo, el patriarcado, la militarización de la sociedad y emparentando salud con seguridad.

Porque el capitalismo es como un gato: siempre cae de pie y una señal de su agilidad acomodaticia y oportunista es que son capaces de poner de moda a John Maynard Keynes, haciendo que el Estado intente salvar al sistema neoliberal en estado de colapso, como ocurrió con la Gran Depresión de 1929 y la  crisis del sistema del 2008.

Pero como dice James Lovelock en su libro “La venganza de Tierra: la teoría de Gaia y el futuro de la humanidad”, el hombre no podría sobrevivir si destruye su hogar: la Tierra.

Creemos que está llegando a su fin la utopía del capitalismo neoliberal. Es el momento de construir la utopía del siglo XXI. Y los protagonistas de esta nueva centralidad utópica, coexistir con la Madre Naturaleza y hacer más humana la vida, son los pueblos indígenas andino-amazónicos.