Un comentario reciente en redes sociales, reverdeció la propuesta, idea iniciativa y hasta reto, diría yo, de decirle no a las bolsas plásticas y asumir otras actitudes que favorezcan el cuidado del ya hartamente maltratado medio ambiente. Dejar la epidemia del plastiquitis y volver al remedio casero, aquel que siempre fue efectiva herencia de nuestros padres y abuelos. Las bolsas de tela.

Las bolsas de plástico son nuestra condena porque al desecharlas contaminamos inmisericordemente nuestros ríos y terruños, estamos asesinando al planeta con esas toneladas y toneladas que producimos y usamos a diario en todo el mundo. Y en Iquitos no estamos ajenos a ello.

Las bolsas de tela que mamá, pero por sobre todo las abuelas, hacían con esmero, dejan de ser una añoranza para convertirse en una imperiosa necesidad. Es volver al pasado pero para aportar al futuro. Eso de ser prácticos o la ley del menor esfuerzo, al menos en este caso concreto, hasta la saciedad está demostrado que no funciona para bien.

Recuerdo que los costales de tocuyo en el que vendía harina en sacos, eran material preferido para hacer las bolsas para ir a comprar pan o al mercado. Y si le dabas el valor agregado de unos bordados con las manos mágicas de la abuela, pues las chicas iban felices al colegio y hasta al trabajo.

Los pantalones usados, principalmente la parte de las piernas, servían para hacernos lindos bolsos de todos los modelos y tipos. Los muchachos dibujábamos la insignia de nuestros colegios o el de nuestro equipo de futbol favorito y listo. Quedaba espectacular y así, íbamos bacancitos a clases.

Las abuelas iban a las tiendas a comprar retazos de telas gruesas para confeccionar los bolsos y no es mentira que en casa había un bolso de tela para cada cosa. Para el pan, para el mercado, para el plátano  -siempre de color oscuro por la resina y no se note la mancha-, para las verduras, etc. y claro, cuando había necesidad les daban su lavada y quedaba chuya chuya para seguir usándolas.

Las que tenían esa habilidad para la costura hacían no solo para la casa o a pedido de las vecinas o amigas, sino que en las bodegas o tiendas de abarrotes se vendían. Ahí se exhibían colgadas en todo lo alto. Las que hacia mi abuela Ishuca -lo digo con orgullo- se vendían en varias tiendas de abarrotes de 9 de Diciembre allá por los 70.

Pero si no te cuadra la idea de las bolsas de tela, pues al menos da un paso importante. ¿Por qué no usas las bolsas de plástico más de una vez? Por ejemplo, la bolsa que te dan cuando compras pan, guárdala para que mañana vuelvas a la panadería sin necesidad de otra bolsa más. Si todos haríamos eso, te imaginas cuántas bolsas menos utilizaríamos. Cuánto daño menos le haríamos a esta casa de todos. Cuánto plástico menos iría a parar en nuestros ríos y bosques.

Lo que proponemos no es descabellado y mucho menos tonto. En otros países de la región y con mayor fuerza en Europa hace ratos le han declarado la guerra a las bolsas plásticas. Y si las usan solo es lo estrictamente necesario, en las tiendas o supermarkets no se regalan se venden, como estrategia de espantar la tentación de usarlas indiscriminadamente.

También están las bolsas biodegradables que incluso en algunos de los grandes supermercados de Lima ya lo utilizan. Eso esta bien. Pero insistimos. Te lanzamos el reto. Usemos las bolsas de tela como un homenaje a nuestras abuelas. Pero por sobre todo, como un gesto de amor a nuestro medio ambiente. ¿Te animas?

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