Otra vez de vuelta en esta Lima gris de los recuerdos de los tiempos magros de la universidad. De las luchas internas entre el Derecho y la Literatura sin armisticios. Todo eso se me viene como un frio torrente de un huayco emocional que me paraliza por unos segundos al sentir el olor a algas de la costanera. Balbuceo palabras sin sentido. Es la inmersión otra vez a esta comarca o patria que cada vez extraño menos, que me es insuficiente ¿acaso será que el delfín colorado o el ipira wira que ha cambiado sus escamas? El deje limeño de alargar, para hacerse más interesantes, las vocales y consonantes al final de la palabra suena tan prepotente que me dan zurriagazo a mis recuerdos, veo que a pesar de todo se esfuerzan por ser amables. Trato de animarme. Aunque pensándolo bien, no es solo la memoria de la universidad sino también de una parte de mi adolescencia. De los cines que no existen. De los edificios que emergen en donde quedaban las casas de dos plantas y techos a dos aguas en una ciudad que nunca llueve. En una urbe muy impostada, que quiere ser una cosa y no lo es, ese es el recuerdo que tengo atrapado en mi pasado, en mi memoria individual. Me lleva a preguntarme ¿habrá cambiado algo? Es una urbe donde nadie respeta el paso de peatones y emerge el demonio del autoritarismo en cada detalle. En cada paso tímido que doy la siento cada vez más ajena, menos mía, más distante. Como si me mirara y no me reconociera en el espejo. Llega un momento que pienso que nada me ata a esta parte de Perú ¿me surgirán los mismos sentimientos tan encontrados con Isla Grande? Me animo, me espoleo solo. S me mira con sus ojos zarcos y comprensivos, me anima. No seas tan duro. Pienso, para levantarme los ánimos, que esta ciudad es mejor en verano, tiene otra vida, otras pulsaciones. A pesar de los esfuerzos, bajo esta densa neblina que oculta los acantilados me gana el desgano.

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