Por: Gerald  Rodríguez. N

“Este puerto se desangra a diario ante nuestros ojos”, cita una frase en la novela  Archipiélagos de sierpes (Tierra Nueva, 2009) del escritor loretano Miguel Donayre. Siendo su segunda novela, Miguel Donayre se zambulle en las calles calurosas y desordenadas de “Isla Grande”, para retratar un pedazo que queda del tiempo transcurrido de esta ciudad y despedazar el silencio citadino, desde el diario La Razón, y situarnos en un lugar donde la violencia no ha dejado de ser parte de los elementos del tiempo.

Dentro de la estructura del monólogo, un periodista retrata desde su propia vivencia lo que se  ha convertido la violencia en la ciudad. Desde el periódico en la cual trabaja, el joven periodista hace un recorrido por el tiempo, su tiempo, su vida, su biografía, para sacar cuentas de los males que le ha tocado vivir, de la indiferencia de muchas cosas, del vacío existencial, la cual acaparó su vida llena de espantos emocionales, y ha hecho su mejor forma para vivir. Iquitos vuelve a ser oculta en la ficción para retratarnos un pedazo de nuestra propia historia, que como metáfora, lleva la voz de un periodista poco convencido de la vida, incomunicado consigo mismo, como la misma vida, cargada de aquella indiferencia la cual caracteriza la decadencia, por lo que cualquier cosa que llega a pasar en “Isla Grande” es asunto de los únicos responsables. Y es que Miguel no solo hizo de la vida amazónica una metáfora periodística, sino que mediante ella, no sumergimos en una ciudad  que es tan nuestra, como tan lejana a nosotros mismo, que mediante aquella alternancia sinfónica de voces, que se entrelazan en diferentes personajes de la novela, representa cada uno de nuestro males que han ido desviando nuestra atención primordial como ciudad: el desarrollo regional.  Los recuerdos del periodista son los recuerdos de una ciudad que nunca dejó de marcarse las huellas de la violencia. Aquel argumento vivencial, desde el recuerdo, con una viva voz peruana, marcada de giros regionales y costeños, la violencia toma forma desde cualquier punto de partida, para acercarnos a una realidad que en la sociedad peruana nunca ha dejado de ser ajena: la decadencia. La selva es una figura metafórica de nuestra condición ciudadana, personal, de nación, de sociedad, involucrándonos siempre como elemento indispensable del caos. La violencia y el tiempo en Archipiélagos de sierpes, no nos pela las manos, sino que nos desnudan los pies para no seguir andando, y detenernos para mirarnos por un momento en el espejo del arte, nuestra condición, nuestra conciencia, y hasta nuestra propia mirada ajena, como miramos las cosas en la selva.

Miguel, una vez más, es aquel búho que se desprende desde la noche de la conciencia para mitigar por el tiempo y la ciudad, para calcarnos mediante metáforas, la calcinada pobreza humana de nuestra sociedad, de nuestra condición y de nuestro ausentismo con nuestra propia realidad. Miguel se desprende desde la sangre derramada en el río por la violencia, y echa cuerpo con palabras que nos son duras, que nos duele, pero que siempre olvidamos con la llegada de un nuevo barco a la ciudad, con promesas demagógicas para contentar nuestro dolor y hacernos olvidar del tan duro pasado.

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