Por: Gerald  Rodríguez. N

A lo largo de toda la literatura universal, se ha graficado desde muchas formas el lado más desconocido del hombre: la violencia contra sí mismo y contra el mundo. Y es que la violencia no solo es un tema universal que nunca pasa de moda en la buena o mala literatura, sino que, como una especie de masoquismo sentimental, siempre gustamos escribir sobre lo que siempre  sucede en plenos tiempos modernos. Y si es que el tiempo moderno no es la punta más alta de la civilización, porque largo es lo que arrastramos hasta ahora, como es la violencia, la literatura no deja de nutrirse de este tema que rebota de nuestras mentes cuando leemos a Homero, Tolstoi, Víctor Hugo, Mario Vargas Llosa, Rulfo, Fuentes, y tantos más por citar, que siempre nos hacen recordar, parafraseando lo que una vez escribió Julio Cortázar: es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella.

En la literatura peruana la violencia, la indiferencia, el racismo, el vacío existencial, la incomunicación con el presente y el destino, enfrentamientos de las clases sociales bajas con el sistema de poder, el urbanismo e indigenismo, han sido algunos de los temas que nos han retratado en cada página vigente que debe ser analizada, estudiada y  comprendida justamente por los que se han de quedar a seguir existiendo en este país, con el arte de la literatura entre sus manos, para destinar una mayor tranquilidad a la descendencia de aquellos que lucharon desde el arte contra la violencia.  Y de ese camino es que se ha nutrido justamente la literatura de Miguel Donayre, novelista de un palabresco fresco, que ha sitiado a la ciudad de Iquitos en el tiempo, la historia, la condición humana, y más que todo, en la violencia y su tiempo segmentado que le tocó vivir a la región amazónica y a la ciudad de Iquitos, en cada minuto y segundo que ha sido apoderado por algún villano anónimo o con nombre, para haber hecho de la paz, una guerra, tal vez, hasta el fin del mundo.

La violencia en Isla Grande no ha sido ajena a los largo de las cinco novelas que Miguel Donayre ha escrito, como en Estanque de ranas (Iquitos 2006; 2007), Archipiélagos de sierpes (2009), El búho de Queen Gardens Street (Iquitos 2011), Fulgor de Luciérnagas (2012), Turbación de Manatíes (2014), convirtiéndose en una línea larga de sucesos petrificados en la memoria oral de los que la vivieron, o desempolvándose de los archivos del tiempo para entender las generaciones futuras, el gran complejo citadino de la juerga, ya que en la genética de la historia amazónica, estas manchas de violencia han sido grabadas hasta los tiempo actuales en imágenes o diferentes medios, por lo que la memoria del pasado no ha sido frágil para que el novelista lo haya tomado, no como una punto para argumentar una vana historia, sino para hacer de ella una conmemoración literaria , gráfica y artística, para que aun más se quedara ahondada en la memoria por siempre, hasta que la violencia dejara de existir y entonces los escritores se dedicaran al humilde oficio de profetas.

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