Por: Gerald  Rodríguez. N

El búho de Queen Garden Street (Tierra Nueva, 2011), es tal vez la mejor obra de Miguel Donayre, ya que en aquella novela recrea la historia de un jovencito witoto, llamado Juan, que Julio C. Arana decidió llevarlo a Londres para que estudiara Derecho. El exiliado loretano en Madrid, traza toda una hoja de ruta para ir detrás de ese dato, de la vida de aquel Juan, de aquel indígena en Londres, y saber qué fue de él después de casi cien años.  La novela traza justamente una técnica y una forma de contra, totalmente diferente a las novelas convencionales. Miguel sabe que su mejor forma para decir las cosas no son enredándolas, sino que su simpleza radica en el dominio de lo diario con lo poco convencional. No existe escritor loretano que se haya buscado en contar una historia de otra manera de la que se cuenta, como si la magia de los cocamas le hubieran prendido una luz entibiada para que, al contorno de esta novela, su magia haya radicado justamente el en suave y dulce discurso que florea.

Miguel, con este libro, comulga un proyecto ambicioso de sacar en hilachas un tema tan fibroso como lo es el tema de la matanza que nos dejó la extracción del caucho. Y es que con esta novela, donde Miguel unifica la trilogía de la goma, nos alza una temporada de recuerdos más viles que hicieron de nuestros mejores recuerdos una mancha inolvidable, una mancha que algunos buscan justificar como parte de aquella bonanza que nos dejó la goma, sin que importara la memoria y vida de muchos indígenas muertos, que ahora solo se los recuerda gracias al informe del libro azul de Roger Casement. Miguel, desde el arte, recrea esa historia desde aquel joven exiliado, que busca algo del más allá que la reconstrucción histórica para la comprensión del tiempo. Aquel joven exiliado que busca conocer la profundidad aquel plan que tuvo Arana para haber llevado a un joven witoto hasta Londres, o porque no decir, hasta la casa de Arana en Londres, en Queen Garden Street.  Con esta novela, Miguel consagra un hito mayor de una nueva temporada para entender el arte desde la floresta, en medio de este estanques de ranas poéticos y falsos escritores, lanza esta novela para definir una grito, una postura, una acción emergente, para entender que arte e historia confabulan mucho mejor para comprender el presente, y que la novela realmente cumple un papel mucho más allá que artístico, de testimonio, para las futuras generaciones.

El arte novelesco empieza a tomar otro rumbo y marcar unos trazos de diferencia y de afrenta con lo que se había hecho y lo poco que ha satisfecho las expectativas artísticas en Isla Grande. La novela de Miguel apertura una preocupación, un intento, un nuevo nacimiento, de nuevas propuestas, heredadas desde el plan Urcututu, desde la poesía, para seguir cavando aquellas realizaciones posibles en otros géneros, que nos permitan conocernos a nosotros mismo mediante el arte. Miguel destapó un pedazo de la conciencia amazónica, la que Arana siempre quiso aniquilar. Miguel, al igual que el periodista de antaño, Benjamín Saldaña Roca, demostró que  Arana nos quitó el sueño loretano, aquel sueño que nunca quiso llegar hasta Queen Garden Street.

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