La floreciente industria del lamparín ha visto incrementada sus ganancias al fin de este año del 200, 265.  Como es sabido por los que han logrado sobrevivir a todos los desastres que trajo consigo el cambio climático, la producción de lamparines es el negocio más rentable en el sobreviviente planeta. Los escasos historiadores que quedan, gente que no tiene buena memoria, ni gusta de la lectura,  no se ponen de acuerdo para determinar en qué momento la tierra sufrió un brutal colapso, quedándose  súbitamente en tinieblas.

La versión más aceptada, pese a los que se oponen sin mostrar ninguna prueba contundente, es que todo acabó cuando en el remoto marzo del 2014 se celebró el colosal apagón. El hecho de que todo el mundo apagara su foco ahorrador, desconectara  su equipo de sonido o su batería y no planchara ni su pañuelo, provocó una especie de reacción negativa de la energía eléctrica. La cuestión es que la tierra se quedó en tinieblas. Nada luminoso pudo funcionar después, ni la luz solar, ni la luz atómica, ni la luz del sol, porque el astro desapareció del universo.  Poco después estalló la hecatombe que redujo a la humanidad hasta el borde del exterminio.

En el mundo devastado que quedó nadie iba a sobrevivir por la abundancia de sombras. Pero, por fortuna,  apareció un genio peruano que inventó el lamparín. Era una alcuza primitiva cuya mecha era de papel. Lo que producía una llama efímera pero suficiente para que los moradores  pudieran hacer sus cosas. Los escasos científicos de toda  la tierra investigan para mejorar esa antorcha en las tinieblas del mundo, ese faro en la agonía de la tierra.